Cantacaminos o
el difícil arte del buen cantar
Brevísimo, como un acorde de guitarra que nos deja
entre labios el sabor misterioso de una melodía, aparece este libro que sin
dudas pondrá a tararear al lector; y es que Mirtha González –a quien Matanzas
le debe un libro iluminado por el quinqué de Vigía: El contar de los contares- no
cesa de sorprendernos con su inquietante manera de ver –permítaseme la
cursilería- con los ojos del corazón.
Bajo la sombra del camino aparecen los poemas de la I
Sección: Cantos de tierra y aire,
y ante nuestros pies surgen trillos insospechados, el paisaje que alguna vez ha
sido nuestro y aquel fabulado, en espera de los pasos más atrevidos:
Te voy a contar un cuento
pero no de había una vez,
es el cuento caminante
del caminito al revés.
Bajo la sombra del canto, descubrimos los poemas de la
II sección: Cantos del agua, y
de algún modo puede percibirse que la palabra fluye, se bifurca, y en su
reflejo se entrecruzan rostros y emociones:
Si el río es de agua,
la mar es salada
y por ellos andan
peces y sirenas
barcos y esperanzas,
¿son caminos de agua?
Existe en Mirtha, exquisita Scherezade, una vocación
por contar, lo que se evidencia en los títulos La casa de cada cual, Romance de la
luna y el papalote, La aventura de velero y Romance de la sirena. Pero ojo
avizor: Es el verso quien va dictando la historia, la música levanta su hermoso
madrigal en solo 19 poemas.
Podría quedar la interrogante: ¿Por qué al nombrar los
elementos Mirtha destierra únicamente al fuego? Aunque en mi lectura intuyo que
responde a su muy particular modo de “angelicar”, a una sensibilidad que le
convierte en una autora reconocible dentro de la marea de autores para niños y
jóvenes, marea que sube desmesuradamente- y que en ocasiones no permite
distinguir la verdadera realeza, al alquimista, al duende –como le gustaría
sellar a Lorca-.
Agradezcamos a Ediciones Matanzas, de modo muy
particular a su director Alfredo Zaldívar, al diseñador Johann Trujillo y a
Abdel de la Campa –que no pudo tener más complejísimo estreno como ilustrador-,
la laberíntica misión de hacer cada quien suyo este libro a través de diálogos
vertiginosos, llamadas por teléfono, email, con el ensueño común de presentarlo
en el homenaje por el Centenario de Dora Alonso.
Festejemos pues, con Mirtha González, un regreso a la
escritura desde la inocencia, desde el gozo legítimo de legarnos canto y
camino, lo que bien se puede traducir como Esperanza.
José Manuel Espino Ortega
(Matanzas, 22 de diciembre de 2010).
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