Hoy mi padre cumple 80 años, aunque no esté en el planeta Tierra y su rostro lo vea en fotografías o en el parecido que guarda mi hijo, su nieto, con algunos de sus rasgos fìsicos o costumbres.
Siempre fue delgado, comía muy poco. Recuerdo que pocas veces comía arroz o frijoles. Prefería comer la proteína con ensalada o alguna vianda.
De él y de mi madre heredé el gusto por la lectura, o mejor, el vicio de leer. También leía a toda hora, siempre y mucho, cuando estaba en casa. Trabajaba jornadas interminables. Le gustaba beber, parrandear... y esos defectos no desaparecen con el tiempo o su paso a otra dimensión, solo que son más tenues en la memoria y los disculpo, aunque algunos de ellos duelan hasta hoy.
Pero le agradezco la vida, el mostrar un camino de trabajo, la fuerza para enfrentarse a las adversidades, elegir siempre el lado más humano de las soluciones.
Recuerdo su ateísmo a ultranza, sus doctrinas politícas, aquel telegrama que le envió a mi madre después de la victoria de Girón (en la cual participó y guardaba la medalla que lo acreditaba) y que decía escuetamente "Vencimos. Besos" y que todos buscábamos para leer, guardado en aquella cajita metálica con una cerradura cuya llave escondía celosamente.
Sus consejos me han servido en la vida muchas veces, como si me los diera en este momento.
Por eso brindo a tu salud hoy, en tus ochenta, y sonrío con tus ocurrencias y me parece verte cargando a Alena y dejando que te halara los pelos, te besara y estrujara mientras reías, feliz y orgulloso de tu nieta.
Un beso nuestro: enorme, apretado y ruidoso, celebrando tu nacimiento que hizo posible el mío.
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