PAGLIACCI: LA
COMEDIA NO HA TERMINADO
El teatro nació con el
hombre. Las primeras representaciones fueron, sin dudas, las que protagonizaba
imitando la cacería, como un conjuro mágico para atraer la caza abundante que
le asegurara la sobrevivencia en aquel medio hostil al cual aún no había
aprendido a dominar.
Los rituales religiosos, las
ceremonias que constantemente hacemos en los actos formales y a veces hasta la manera
en que nos conducimos en determinados lugares, son representaciones teatrales.
Pero el teatro tiene una
historia tan antigua y es tan rico que estaría horas y muchas páginas hablando
del tema y hoy quiero referirme a la ópera y
a una representación en especial.
La ópera se asocia, instintivamente
con Italia, y es que hasta su nombre es del italiano. Opera significa “obras” y
su denominación corresponde a la multiplicidad de acciones o expresiones
artísticas que convergen en ella: la música, el canto, la actuación, la
declamación, la danza… y fue en Italia donde surgió a finales del siglo XVI, como
el intento de los humanistas del renacimiento de rescatar la tragedia griega, pues
entendían que los coros de estas eran cantados y no hablados. La primera ópera
que se conserva es de 1604 y los responsables del artístico parto fueron los
miembros de la Camerata Florentina. No obstante, la ópera no se populariza
hasta que se organiza una temporada en Venecia en 1637, con el auspicio del
autor de óperas Claudio Monteverdi.
No obstante, “El
movimiento operístico de bel canto floreció a principios del siglo XIX, siendo
ejemplificado por las óperas de Rossini, Bellini, Donizetti, Pacini, Mercadante
y muchos otros. «Bel canto», en italiano, significa «canto bello», y la ópera
deriva de la escuela estilística italiana de canto del mismo nombre. Las líneas
belcantistas son típicamente floridas e intrincadas, requiriendo suprema
agilidad y control del tono.
Continuando con la
era del bel canto, un estilo más directo y vigoroso fue rápidamente
popularizado por Giuseppe Verdi, comenzando con su ópera bíblica Nabucco.**
Después de las óperas
de Verdi surgió en Italia el verismo, que propugnaba el melodrama sentimental
realista y las obras que lo introdujeron son Cavalleria rusticana, de Pietro
Mascagni y Pagliacci, de Ruggiero Leoncavallo. A ellas les siguieron muchas
más, encontrando su más alta expresión quizás en La Boheme, Tosca, y Madame Butterfly, de La
Boheme Giacomo Puccini. El verismo conquistó entonces los escenarios de todo el
mundo. El libreto de La Boheme también es de Leoncavallo.
No en balde se suelen
representar en una misma función Cavalleria
rusticana y Pagliacci. Fueron las
iniciadoras del estilo verista.
No había escuchado antes
ninguna de las arias de Pagliacci,
aunque sí sabía que varios grandes tenores interpretaron a Canio, el esposo
traicionado y jefe de la trouppe de
actores. Entre ellos, Caruso, Plácido Domingo y Pavarotti. Busqué y escuché la
genial interpretación de Pavarotti y fui al teatro sin conocer el elenco de la
representación.
La sala Carlos Piantini, la
principal del Teatro Nacional de Santo Domingo Eduardo Brito, no es
espectacularmente bella ni grande, pero resulta acogedora. No obstante, hubiera
querido disfrutar la obra en un teatro antiguo.
El libreto, por el cual
debió enfrentar su autor una demanda por plagio, se le acusaba de plagiar a Catulle
Mendes, porque su La femme de Tabarin
tiene como puntos de contacto el uso del recurso del teatro dentro del teatro y
que el payaso asesina a su esposa. El autor de Pagliacci lo negó y refirió que había presenciado una
representación de la Commedia dell´arte en la cual ocurría el hecho. Con el
tiempo, algunos han asegurado que debió haber visto en Paris la obra por la
cual se le acusaba de plagio, pero creo que somos afortunados de que la haya
escrita y disfrutarla.
Hay dos hechos que, a pesar
de ser recursos y temas muy usados en el arte y en la literatura, siempre
atraen y conmueven. El esposo enfurecido por la traición, los amantes
infelices, el maligno traidor que prefiere ver morir a quien ama si no puede
ser suya y en general, las tumultuosas pasiones humanas desatadas, con una
música que es capaz de reflejar los estados de ánimo y la progresión de la
trama (genialmente interpretada por los virtuosos de la sinfónica de la
sociedad Proarte, mención aparte de su director musical Carlos Andrés Mejía) y
el toque de humor trágico que le confiere la representación de la comedia de
enredos de Colombina, Tadeo y Arlequin y que se inserta fluidamente con la
trama dramática.
Las interpretaciones de
Edgar Pérez (Canio), Katia Selva (Nedda), Mario Martínez (Silvio) y Juan Tomás
Reyes (Beppe), impecables. La de Nelson Martínez, divina en todos los sentidos:
vocal y dramatúrgicamente. Sin dudas, es la estrella del espectáculo este
Tonio-Tadeo impetuoso, enérgico y desbordado.
Agradezcamos a ProArte y a
Edgar Pérez, cuya voluntad lo llevó a fundar esta sociedad y a presidirla.
Gracias, por entender que si al principio de los tiempos el hombre se valió del
teatro para invocar el alimento de su cuerpo, ahora lo necesitamos para procurar
el alimento del alma. Gracias, Ariel, por tu dulce compañía, querido amigo.
Pagliacci
es
ambrosía para el espíritu inquieto que vaga en busca de esas creaciones que nos
hacen volar con las emociones, que traen hasta la Tierra el estado de gracia del
paraíso.
**Wikipedia
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