Casi al ir a dormir he recibido un mensaje de Dulce, una promotora
cienfueguera con quien no trabajé en mis años de estancia en esa provincia,
pero con la que he trabajado durante mi asistencia a las sucesivas ediciones de
la feria del libro de la provincia a las que gentilmente me han invitado.
Ahora ya hace justamente un año que estuve en la feria del 2014 y presenté
allá mi libro Nanas para Diego. No creo que las palabras alcancen para expresar
los sentimientos que me agitan cuando menciono, me hablan o estoy en
Cienfuegos. Una parte muy importante de mí se quedó allá. Llegué con mi hija de
un año apenas, mi hijo nació allá y quince años viví, amé y trabajé en esa
hermosa ciudad que baña el mar Caribe y que nos hace sentirnos, con más razón
aún, que somos parte de una isla. Esa insularidad que nos marca y define, cobra
especial significación en Cienfuegos. Allí publiqué mi primer libro, eduqué a
mis hijos y me llené de un amor que es imposible describir por muchos seres y
lugares. Tengo tantas personas queridas y admiradas en ese rinconcito del planeta, que no sucede
igual con La Habana, donde he vivido más años.
Ahora Dulce, quien se cree en el deber de darme detalles para que la
recuerde, me escribe para pedirme que le hable de mis años en la editorial
Mecenas. Su hijo pequeño es un oyente y ahora casi lector (pues ella me dice
que está aprendiendo a leer) de mi cuento La ciudad de los recortes, lo cual me
causa siempre que lo dice, una alegría inmensa.
Mi primer encuentro con la editorial Mecenas fue en el año 1996 cuando
obtuve el premio de la ciudad con mi noveleta El acertijo de las conchas, que editara luego Grisel Gómez e
ilustrada su cubierta por Adrián Rumbaut. No es una edición de lujo, pero es
entrañable para mí, por ser la primera. Tuve el privilegio de que, en aquellos
años de excesiva escasez y pocas publicaciones, imprimieran tres cuentos míos bajo
el título El cuento de los dibujos
(al decir de Excilia Saldaña, mi cuento antológico) en una edición sumamente
modesta, con ilustraciones para colorear de Yalili Mora, el cual contó con una
tirada de 100 mil ejemplares. Mi mayor recompensa con ese libro se presentó un
día, estando como directora en Gente Nueva, en la figura de un joven director de
teatro de la Isla de la Juventud que me pidió permiso para adaptar para la escena
el cuento Papirusa, incluido en él.
No supe luego si llegó a hacerlo, pero el solo hecho de parecerle bueno y que,
gracias a aquella edición de Mecenas me buscara, es un acontecimiento. En
aquellos tiempos (1997-1998) ni siquiera había una computadora en el Centro del
Libro. Recuerdo que Grisel iba a digitalizar a la Biblioteca Provincial, a la
Sala Especial, donde trabajaba Jose. En medio de aquella precariedad celebro
que hubiera incluso la voluntad de publicar. Se imprimía en el poligráfico 5 de septiembre, en Geocuba y
hasta en el poligráfico de Villa Clara.
En enero de 1999 empecé a trabajar como directora del centro del libro y,
por consiguiente, de la editorial Mecenas. La única editora era Grisel, no
había ningún otro personal y se contrataban el diseño y la ilustración. Un
importante movimiento plástico cienfueguero del momento fue un soporte muy útil
para la editorial en el momento en que se amplió su plan de publicaciones.
En ese año entonces se compraron los equipos indispensables para producir
libros: una computadora, una impresora y una fotocopiadora. Nos dimos entre
todos a la tarea de fortalecer la editorial. Estaba Carlos Díaz de director
provincial, quien se empeñó a fondo para lograr que la demanda de los escritores
de la provincia encontrara una respuesta institucional, aunque no se
consiguiera del todo y perduraran muchas insatisfacciones.
Comenzamos por organizar un consejo editorial en el cual se encontraban
José Díaz Roque, Doris Era, Jesús Fuentes, Jacomino, Ian Rodríguez, Sotolongo,
Mirtha Luisa, Mariano Ferrer, Lourdes Díaz Canto. Establecimos relaciones más
estrechas con la UNEAC y la AHS, con las universidades de Cienfuegos, con la
emisora provincial Radio Ciudad del Mar, el periódico 5 de septiembre y las
demás instituciones culturales. Fundamos el Centro de Promoción Literaria
Florentino Morales y se rediseñó la revista Ariel en una nueva época, que es
parte fundamental de la historia de Mecenas. El primer plan de publicaciones
que hicimos fue de 8 títulos. De acuerdo con el presupuesto, era lo alcanzable. En algún lugar debe
estar ese plan, o quizás lo recordará Grisel. Gracias a Carlos recuperamos la
vieja imprenta de la calzada de Dolores, con la ayuda de Isel, quien transformó
aquel panorama. Nos unimos a Reina del Mar Editores para colaborar con la
publicación de su premio. En ese año fue también René Coyra a trabajar en la editorial. Impulsó el diseño del perfil de las colecciones, con formatos diferentes, se pautaron los detalles de cada una, ya que antes se diseñaban bastante arbitrariamente. De los nombres recuerdo el que se le puso a la infantil, Pelícano lunar, Musa, a la de poesía y Caminante a la de narrativa.
No olvido que como se cumplía el centenario de Villena, armamos un pequeño
volumen con poemas suyos (del cual no conservo ninguno, espero que esté al
menos en la biblioteca provincial) y lo hicimos todo a mano, trescientos ejemplares
de Con el párpado abierto. Sus
sonetos hermosos, aquel impulso torvo y
el anhelo sagrado, junto a su Hexaedro
Rosa.
Se rediseñó el sistema de selección de las obras y el proceso de lectura,
aprobación, edición y publicación. En medio de estos afanes, en el año 2000, se
entregó el módulo de impresión a las editoriales provinciales: una duplicadora
Riso, la computadora acoplada a ella, la presilladora, la guillotina y el
famoso Piaggio. La intención fue dotar a
las provincias de un equipo básico de impresión para publicar la obra de los
autores de la localidad, priorizando los temas referidos al territorio, la
historia y recuperación de su patrimonio intangible, entre otros.
Este hecho creo que ha sido, en materia del libro y las publicaciones en
Cuba, uno de los más llevados y traídos. Sin entrar en disquisiciones
filosóficas, fue un paso de avance para Mecenas, aunque las publicaciones no
fueran una maravilla editorial ni gráfica. Comenzando porque no existía el
personal capacitado para desempeñar el trabajo. Así fue como el primer operador
de la Riso fue Yuri, el digitalizador Alexis, Coyra el editor y Carmen
Capdevila la diseñadora.
Se crearon consejos editoriales en los municipios, convocamos varios talleres
de edición (con Coyra y con Llorach); de preceptiva literaria (recuerdo los que
impartió Michel en la Sala Mecenas); fortalecimos el Premio de la Ciudad, el cual
se nombró Premio Fernandina de Jagua a partir del año 2000; aumentamos la
cuantía y nos comprometimos a publicar el libro premiado dentro del año. Se
creó el premio Segur de reseñas críticas escritas por cienfuegueros o sobre
obras de autores cienfuegueros. Segur
era el nombre de la revista del grupo Ariel.
Recibimos en ese año 2000 casi un centenar de títulos de los consejos
municipales. El consejo provincial seleccionó y nuestro plan editorial del año,
si mal no recuerdo, quedó integrado por 36 títulos y se hicieron 36 o 37, de los
más variados temas. Entre esos primeros
títulos recuerdo José Martí: Para una ascensión constante del llanto redimido, de José
Díaz Roque; Los aborígenes de Jagua,
de Marcos Rodríguez Matamoros; La nganga
africana, de Jesús Fuentes; En la
cola del aire, de Ana Teresa Guillemí; Rehilete,
papalote y carrusel, de Lourdes Díaz Canto; Pinceles ¡a la salsa!, de Antonio Alfonso Roque; un libro de Aida
Peñarroche que resultó premio de ensayo, cuyo nombre no recuerdo ahora… y
muchos más.
Desvelos, madrugadas, acuerdos sin cesar con muchas personas para lograr
que los libros salieran adelante. Recuerdo que le dieron el Premio de
edición de Holguín a El deshollinador, de Alexis García Somodevilla,
como mejor libro publicado por una editorial provincial. También en el 2000 le
fue entregado a Mecenas el Premio Abril.
Fueron creados espacios nuevos de teoría, lectura, charlas y encuentros con
escritores del territorio y de otras provincias, ampliamos las fronteras de
Mecenas, hicimos causa común y tripartita con las otras provincias centrales
vecinas, Villa Clara y Sancti Spiritus. En aquellos tiempos fue decisiva la participación
de los escritores en el proyecto común, de la UNEAC, con Orlandito, Jose y
Cañellas, de la AHS, con Ian Rodríguez (quien luego sería el director de
Mecenas en dos ocasiones), de la dirección de cultura en las personas de Carlos
Díaz y Rodolfo Castillo.
En el centro del libro, que era también la editorial, había un equipo muy
colaborador: Maritza Pino, Mayito, Grisel, Coyra, Jesús Candelario, Michel,
Beatriz, el equipo de Economía y el del área comercial. Fue una etapa de trabajo
intensa y fértil.
Por eso creo que, aunque la editorial ya existía desde antes, a partir de
esa época cobró fuerzas y contribuyó a la promoción de la obra de los autores
cienfuegueros, lo cual se puede comprobar con los resultados actuales. Hubo un
intercambio con los escritores de otros territorios que comenzaron a asistir a
actividades en la provincia, a los premios, a las ferias provinciales del
libro, que enriquecieron y lograron sacar del ostracismo a las letras
cienfuegueras.
Recuerdo que en aquel momento, al comenzar mi trabajo allí, un escritor y
funcionario del Instituto Cubano del Libro me preguntó: ¿cómo piensas que la
provincia y la editorial prosperen y publiquen si en Cienfuegos no hay
escritores? Creo que ahora no estará diciéndolo y es una muestra más de la
importancia de unir voluntades, fundar espacios y ver en la creación el acto
mayor de libertad y expresión del talento del ser humano.
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