Ilustración de portada de la revista La Edad de Oro
“La Edad
de Oro fue una revista mensual para los niños, del cubano José Martí. La Edad
de Oro mantiene su frescura, belleza y vigencia más de un siglo después,
hablando a los niños en un lenguaje universal que no conoce tiempos ni
distancias”, dice Wikipedia sobre ese clásico de la literatura iberoamericana
de todos los tiempos.
Tratado
casi siempre como libro gracias a que su publicación se hace generalmente en un
solo volumen que incluye los cuatro números publicados de la revista, abarca
varios géneros literarios y del periodismo, dirigidos a niños de todas las
edades y aquel que, como dijera el propio Martí, “nunca pierde su corazón de
niño”.
Hace ya
unos cuantos años, en el 2003 para ser exactos, se me pidió por el presidente
del Instituto del Libro en Cuba que participara a nombre de dicha institución
en la creación de un programa que promoviera la lectura. Recién había iniciado
sus trasmisiones el canal educativo de la televisión. En el primer encuentro
con quien sería el director del
programa, Roberto Ruiz Rebo, estuvieron Celia, especialista de promoción del
instituto y Rodolfo, un editor también recién estrenado de Letras Cubanas.
La
remembranza se debe a que sería yo la guionista y conductora del programa (a la
sazón directora de la editorial Gente Nueva) y, por supuesto, la obra
seleccionada para el estreno fue un tema de La Edad de Oro.
No
conservo ninguno de los programas en los cuales participé pero ahora,
celebrando íntimamente el aniversario de la publicación de la revista, he
retomado el guión de aquel primer programa, que se refería al poema Los dos
príncipes.
«…entramos
a las páginas de una publicación concebida para los niños y las niñas de
América por nuestro Martí, una revista que se propuso ayudar en la empresa de
llenar nuestras tierras de hombres originales, felices de vivir en su tierra
como hombres de su tiempo y de América. Sabía Martí que esta era tarea de
grandes y debía ofrecer en la revista diversidad de temas y géneros que
educaran entreteniendo, con frescura y fantasía, sin negar la tradición de
nuestro idioma y cultura, a la par que tendía un puente para conocer a los
demás pueblos.
»Para
lograr su empeño escribe cuentos, artículos, poemas, pero también recurre a
otras fuentes y hace adaptaciones o versiones, o simplemente toma la idea y la
redacta con estilo propio, imprimiéndole su concepción del mundo e ideología.
Entre esos textos se encuentra el poema Los dos príncipes, debajo de cuyo
título escribe José Martí “Idea de la poetisa norteamericana Helen Hunt
Jackson”.
»¿Quién
fue Helen Hunt Jackson? Poetisa y novelista norteamericana; nació el 18 de
octubre de 1831 en Massachussets y muere en 1885 (cuatro años antes de que
viera la luz La Edad de Oro). Gran reivindicadora de las razas indígenas de las
tierras de México incorporadas a la Unión. Una centuria de deshonor (1871), es
uno de sus libros más importantes, así como Ramona, traducida al español por
José Martí».
Al leer
La Edad de Oro y llegar a este poema nos preguntamos: ¿qué dice el poema
original de la Jackson? ¿Traduce Martí del inglés o es su propia versión de la
idea abordada por la escritora? Con esta interrogante busqué el texto original,
así como la valoración que hace Salvador Arias en su análisis de Los dos
príncipes, en el cual retoma las consideraciones de José María Chacón y Calvo
sobre “La poesía de José Martí y lo popular hispánico”.
El poema
de la norteamericana, The prince is dead, desde su título es diferent, pues
quiere decir que ambos, el hijo del rey y del pastor son príncipes para sus
padres pero, al resumirlo y hablar de uno solo, no consigue el mismo efecto que
el título del poema martiano: Los dos príncipes.
El poema
lo escribe Martí como un romance, al más puro estilo de los romances españoles
y además incluye elementos presentes en canciones y juegos, como señala
Salvador Arias, que se cantaban por los niños cubanos entonces, citando este
ejemplo:
Las campanas
de la iglesia
ya no
quieren repicar,
porque la
reina se ha muerto
y luto
quieren guardar.
Los
jardines de palacio
ya no
quieren florecer,
porque
Mercedes ha muerto
y luto
quieren tener.
El
brillante investigador hace una disección del romance, señalando desde el punto
de vista poético cómo estructura José Martí el poema para que alcance el
dramatismo que quiere imprimirle sin que le reste musicalidad, sonoridad y gran
fluidez. Yo quiero insistir en el tratamiento conceptual que le da al suceso de
las dos muertes de modo que en su poema quede absolutamente demostrada la
igualdad ante la muerte, más allá de la posición social de la persona (niños en
este caso), y cómo el dolor es igual de hondo para ricos y pobres: para los
reyes y para los pastores, de modo que en su romance él incluye elementos y
personaliza el dolor que de algún modo, en el caso del poema de Helen Hunt
Jackson aparece difuso. Quiero aclarar que no es mío el mérito, ya que este
extremo queda muy bien esclarecido en el análisis de Salvador Arias.
Reproduzco
la traducción del poema The prince is dead, junto con el texto de Martí, de
modo que pueda verse la diferencia.
EL
PRÍNCIPE HA MUERTO
LOS DOS PRÍNCIPES
Un salón
en el palacio está cerrado. El rey El palacio está de
luto
Y la
reina en negro permanecen sentados. y en el trono llora el rey,
Todo el
día sirvientes llorosos vienen y van, y la reina está
llorando
Pero el
corazón de la reina le echará de menos donde no la pueden ver.
A todo; y
los ojos del rey se inundarán En pañuelos de olán fino
Con lágrimas
que no deben ser vertidas, lloran la reina y
el rey:
Pero que
harán al aire denso y oscuro, los señores del
palacio
Cuando
mira cada juguete de oro y plata, están llorando
también.
Y piensa
cómo ellos alegraban al infante, Los caballos llevan
negro
Y
mudamente se retuerce mientras los cortesanos leen el penacho y el arnés:
Como
todas las naciones se conduelen por su pena, los caballos no han comido
El príncipe ha muerto. porque no quieren comer.
El laurel del patio grande
quedó sin hoja esta vez:
todo el mundo fue al entierro
con corona de laurel.
-¡El hijo del rey se ha muerto!
¡Se le ha muerto el hijo al rey!
La choza
tiene una puerta, pero la cerradura es débil, En los álamos del monte
Y el hoy
el viento la empuja;
tiene su casa el pastor:
Allí
están sentados dos que no hablan; la pastora
está diciendo
Han
mendigado unos pocos harapos negros. «¿por qué tiene luz el
sol?»
Están
hechos al duro trabajo, aunque sus ojos están Las ovejas, cabizbajas,
Humedecidos vienen
todas al portón:
Con
lágrimas que no deben ser vertidas; ¡una caja larga
y honda
No se
atreven a mirar donde está la cuna; está forrando el
pastor!
Odian al
rayo de sol que juega sobre el piso Entra y sale un perro triste,
Porque
nunca más hará reír al niño; canta
allá dentro una voz:
Ellos
sienten como van endureciéndose, «¡Pajaritos, yo
estoy loca,
Quisiera
que los vecinos los dejasen solos llevadme donde él
voló!»
El
príncipe ha muerto. El pastor coge llorando
la
pala y el azadón:
abre en la tierra una fosa;
echa en la fosa una flor.
-¡Se
quedó el pastor sin hijo!
¡Murió el hijo del pastor!
La
diferencia entre uno y otro título, el
tratamiento a los niños muertos son evidentes en uno y otro poema. Mientras que
la Jakson lo titula El príncipe está muerto y al final de la estrofa que
corresponde al hijo del rey o al niño pobre dice El príncipe ha muerto, Martí lo
titula Los dos príncipes, en plural, y cuando se refiere a cada uno dice el
hijo del rey o el hijo del pastor, personalizando al niño pobre, diciendo quién
es su padre, lo que no aparece en el poema de la poetisa. Y es increíble como
con solo ese detalle logra dar a la vez la similitud y la diferencia entre
ambas muertes, además de cómo logra trasmitir ese vivo y estremecedor dolor:
¡El hijo del rey se ha muerto!; ¡Murió el hijo del pastor!
Después
de conocer el poema original, el que le dio la idea de escribir Los dos
príncipes, apreciamos cuán distinto es el de Martí, con ritmo popular como para
ser repetido por los niños y de hondura lírica y pedagógica. Aunque existen
diferencias sociales y es más desgarrador el dolor de los humildes, solos con
su enorme pena, se comprende que las dos familias perdieron lo más preciado: un
hijo.
Es este,
sin dudas, un claro ejemplo de como escribió José Martí en La Edad de Oro, para
que la delicadeza y maestría en la forma llevara de la mejor manera los
conocimientos y el sentimiento que
prevía era necesario, de modo que se cumpliera su propósito, el que lo
inspiró al concebirla y por el que la abandonó muy a su pesar.
Se
cumplen 125 años de la salida al mundo del primer número de esa increíble
publicación. Pasarán los años y siempre escucharán o leerán los niños esas
maravillas que escribió, creó nuevas versiones o adaptó para ellos el hombre de
La Edad de Oro.
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