Esa fue la idea principal que me
vino a la mente hoy. El sentido del descubrimiento, la capacidad de asombro y
la curiosidad han movido al mundo desde que surgió el ser humano en este
planeta.
Sin la curiosidad, el afán de
descubrimiento y esa buena manía que tenemos de tratar de encontrar respuesta a
los porqués, la humanidad no hubiera avanzado.
Claro, ese don, añadido al
talento se ha usado para hacer el bien y el mal pero, como en todos los cuentos
de hadas, ha hecho más bien que mal. A épocas llenas de oscuridad les han
sucedido períodos de iluminación, en todos los sentidos. Al Medioevo y a la
Inquisición le siguieron el Renacimiento con el consabido florecimiento de las
artes y una vuelta al hombre como centro del universo.
Una manzana es la base del mito
que dio origen a la vida; una manzana hizo que Newton descubriera las
principales leyes de la Física, empezando por la gravedad. Y aquí llegamos,
junto con las leyes de Newton, a la inercia. La inercia, en términos
cotidianos, es la rutina. Nos acostumbramos a los lugares… a las pertenencias…
a las personas. Hay algunas a las que nunca debemos desacostumbrarnos, porque
nos vivifican y dan la energía que hace mover al mundo (como una invisible
palanca, aquella que descubriera Arquímedes): la familia y los verdaderos
amigos. Hay otras que nos sirven de inspiración, pero con las cuales debemos
tener cuidado, sobre todo si no somos nosotros su inspiración.
Pero romper una y otra vez la
inercia cotidiana puede resultar atrevido o arriesgado, pero vale la alegría.
Siempre hay experiencias nuevas, sorpresas y… más energía creadora.
Por eso hoy solo he querido hacer
esta reflexión para recordar (y recordarme) que siempre es bueno atreverse. Los
atrevidos consiguen cambiar el mundo, mover la Tierra, aunque sea unas
milésimas de milésimas de su órbita habitual.
Los atrevidos son los creadores
del cambio. Descubren, innovan, crecen ellos mismos, hacen crecer a los demás…
¡Brindo a la salud de los
atrevidos! Sin ellos, nuestro mundo sería muy aburrido y quizás anduviéramos
aún cubierto de pieles y comunicándonos por señas y sonidos.
Por el amor, que es el acto de fe
más atrevido. Y es, también, curiosidad, descubrimiento y asombro.
Siempre hay que atreverse: en la
vida y en el amor.
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