He leído
que ha muerto Héctor Zumbado y me ha extrañado la noticia. Y me ha extrañado
porque ya hace mucho tiempo que le creí muerto, por un rumor escuchado hace ya
bastante tiempo, y le encendí en mi alma las luces de palabras que enciendo
cuando coso a mi memoria a las personas inolvidables e imprescindibles. Luego
supe que no era cierto, pero el ostracismo al que fue condenado su nombre y su obra
fueron desterrándolo de la cotidianidad para seguir siendo ese ser mítico que
había descubierto la alquimia de convertir el más insignificante suceso u
objeto en una obra maestra del humor más fino y difícil: el que llega al más
humilde y al intelectual exquisito.
Y
entonces no recuerdo si algunos hablaron o anunciaron un supuesto accidente
cerebro vascular, empezando la década de los 90, que lo alejó definitivamente
de su vida habitual porque no pudo hablar ni escribir y este fue un cruel
castigo en vida para quien proporcionó tanta alegría a los demás.
Su
profunda cubanía, su genial manejo del gracejo popular sin caer en
chabacanerías ni hacer concesiones facilistas está presente en toda su obra.
Esa imaginación sin límites, que armonizaba con una vasta cultura latente
detrás de cada definición real, le servía para el entramado de la hilaridad de
sus textos y nos sorprendía una y otra vez constatar que alguien pudiera reunir
en sí la chispa y gracia del cubano con la erudición del estudioso y conocedor
de la lengua española.
Como la
gran mayoría de los cubanos (para hacer la salvedad por algún pesado o
extremista que pudiera quedar por ahí) seguía sus estampas humorísticas de Juventud Rebelde en su Riflexiones con devoción casi mística, al igual que su columna Limonada, también perseguí y releí los dos volúmenes que se publicaron con sus
compilaciones. Mis hijos también las leían, desde pequeños, y muchas veces era su lectura la que
hacía para reírnos juntos de aquel anti-pan que inmortalizó, las croquetas pega cielo, su teoría sobre el narrafismo deportivo, el sinflicto, el majá y tantas otros que
acuden a mi memoria. Sonrío al evocar su Limonada Joe o El American way, y no puedo más que lamentar que haya permanecido un cuarto de siglo en este planeta
sin que pudiéramos disfrutar de sus ocurrencias y su genialidad para fustigar satíricamente los males de nuestra sociedad con una agudeza y simpatía increíbles. Era maestro de la sátira y del sarcasmo, sin duda alguna.
Muchas
veces me río cuando recuerdo los gestos de Carlos Ruiz de la Tejera al decir
textos suyos o me viene alguna frase a la mente al ocurrir algún suceso
relacionado.
Pero
durante el tiempo que la vida, el destino o los hombres le permitieron crear es
suficiente para haberse quedado en la memoria colectiva cubana como un
humorista excepcional, con talento e imaginación para escribir y la fresca
chispa, auténtica y criolla, del genuino jodedor cubano.
Con
nosotros te quedas, Zumbado, porque le zumbas al olvido y porque (como te
gustaba usar las canciones) estás y estarás en mi corazón y en el de todos tus
lectores y seguidores.
Requiescat in pace, que es descansar en nuestra sonrisa y en todos
los que creemos en el sol. En el combate contra la muerte salió vencedora tu
palabra, Héctor Invictus.
El
tipo que creía en el sol*
Y
todo a media luz
A media luz los dos
A media luz los besos
A media luz de amor.
A media luz los dos
A media luz los besos
A media luz de amor.
El tipo era de ese tipo de gente. Aunque no se sabía
bien la letra, y las cambiaba todas, era de esa gente que creía en los tangos.
Y un tipo que cree en los tangos es un tipo con el que hay que tener cuidado.
Este
Gardel cotidiano, que a veces se desdoblaba
En Bartolomé Moré
en Toña la de Veracruz
en el increíble Mozart
en uno de los Beatles
(o en los cuatro a la vez)
en Rimsky Korsakov
en Méndez, José Antonio
o en Peza, Juan de Dios
En Bartolomé Moré
en Toña la de Veracruz
en el increíble Mozart
en uno de los Beatles
(o en los cuatro a la vez)
en Rimsky Korsakov
en Méndez, José Antonio
o en Peza, Juan de Dios
Este Gardel cotidiano, tenía tremenda fe en el dado.
Era de esa gente. Que creía. Creía en las posibilidades, aunque estuvieran
encaramadas en el lomo de Rocinante. Era de esa gente. De ese tipo de gente que
si su equipo tenía tres carreras abajo, el noveno inning, nadie en base, con
dos out, oscureciendo y empezando a llover, decía:
—Ahora, ahora tú verás que empatamos.
Y,
bueno, con un tipo así no se puede. Con un tipo así todo es posible.
Por eso un día ¡se le ocurrió enlatar el sol! No sabía cómo hacerlo. Pero sabía, intuía, presentía, creía que se podía hacer. Y eso era suficiente. ¡Qué vacilón! ¡Enlatar el sol! Meterlo en laticas. Y ponerle una etiqueta:
Por eso un día ¡se le ocurrió enlatar el sol! No sabía cómo hacerlo. Pero sabía, intuía, presentía, creía que se podía hacer. Y eso era suficiente. ¡Qué vacilón! ¡Enlatar el sol! Meterlo en laticas. Y ponerle una etiqueta:
Tropical
Sunshine
Genuine.
Abra por la línea de puntos.
250 gramos de cálido sol tropical
Tibio y sensual.
Radiante y juguetón.
No guardar en lugar fresco.
Genuine.
Abra por la línea de puntos.
250 gramos de cálido sol tropical
Tibio y sensual.
Radiante y juguetón.
No guardar en lugar fresco.
¡Qué
vacilón! Coger todo el sol que sobre. El de la acera del sol, por donde nadie
camina. El de las doce del día, que hace arder la guardarraya. O el que cae
pesadamente en los tramos de la costa, calentando el diente de perro. Todo ese
sol. Cogerlo y meterlo en laticas. Y mandarlo para allá fuera. A Europa. En
invierno, que es cuando el sol se pierde y no hay quien se empate con él.
¡Excelente renglón de exportación! ¡Qué vacilón!
¡Excelente renglón de exportación! ¡Qué vacilón!
Y con su latica bajo el brazo salió a vender su idea.
A persuadir. A convencer. A trasmitir con el brillo de los ojos la posibilidad
de lo posible.
Pero por cosas del azar, no dio con los receptivos.
Esos
que cuando escarban la tierra con los dedos
no piensan en la higiene de las uñas
solamente en la semilla.
Esos
que si tienen que ir a pie hasta Santiago
se llevan una buena tumbadora.
Dio con los otros.
Esos que están hechos de suave plastilina
(…) Que prefieren la orillita de la playa
y se pierden el azul que hay en lo hondo.
Esa gente que camina despacio por la vida
(…) que ven fantasmas en las noches de trasluz
y se detienen a mirar las hojas muertas del rosal.
Esos
que solo ven el arco iris
cuando llueve
nada más.
no piensan en la higiene de las uñas
solamente en la semilla.
Esos
que si tienen que ir a pie hasta Santiago
se llevan una buena tumbadora.
Dio con los otros.
Esos que están hechos de suave plastilina
(…) Que prefieren la orillita de la playa
y se pierden el azul que hay en lo hondo.
Esa gente que camina despacio por la vida
(…) que ven fantasmas en las noches de trasluz
y se detienen a mirar las hojas muertas del rosal.
Esos
que solo ven el arco iris
cuando llueve
nada más.
Se puso fatal. Con esa gente, casualmente, se empató.
Con los precavidos. Los comprimidos. Los monocromáticos y calculosos. Los
plastilínicos y siempre dudosos.
Y, claro, le dijeron ne, niente, never. A otra cosa
mariposa. Primero le analizaron la idea. Mmm… ¿enlatar el sol? La calcularon.
La estudiaron. La batieron. La exprimieron y la plancharon.
Y lo que es peor, trataron de convencerlo. De
persuadirlo. De frenarlo. De calmarlo. De clavarle los pies sobre la tierra. Y
echarle cal. Y arena. Y piedras. A ver si se estaba quieto. Y se dejaba de
tanta bobería. Y le dijeron —en tono serio, profundo, profesoral y definitivo:
Chico
pero si es que tú no tienes nada
una idea nada más
y entusiasmo
y una gran imaginación
—que eso es bueno—
y constancia
y dedicación
y un maravilloso optimismo
pero tú no tienes nada
una lata
y una idea nada más.
una idea nada más
y entusiasmo
y una gran imaginación
—que eso es bueno—
y constancia
y dedicación
y un maravilloso optimismo
pero tú no tienes nada
una lata
y una idea nada más.
Hicieron lo peor que se le puede hacer a un tipo.
Aplastarle la ilusión. Romperle en dos el entusiasmo. Plancharle la esperanza.
Y el tipo que creía en el Sol —del encabronamiento que
cogió— rompió la lata de un piñazo y se quedó pensando en el Quijote.
Y
entonces
súbitamente
de aquella latica chiquitica
lenta
lentamente
empezó a
amanecer.
súbitamente
de aquella latica chiquitica
lenta
lentamente
empezó a
amanecer.
(Héctor Zumbado, Esto le zumba)
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