Hoy se cumplen 35 años de la muerte de Virgilio Piñera. No pretendo hacer un acercamiento crítico a su obra. Vivió una época de excepción en Cuba: jamás creo que volvió a ocurrir una confluencia de talentos y seres humanos de esa talla y trascendencia y que me perdonen los contemporáneos. Todo lo que nació creció bajo su sombra, floreció y dio frutos. Basta recorrer los nombres y sus obras. No fue solo Orígenes, o Ciclón... fue más allá. Hubo otros azares concurrentes que glorificaron esos tiempos trascendentes de las letras cubanas.
Hoy quiero recordar su obra literaria y dramaturgia, sin dudas de las mejores exponentes del teatro cubano. Y quiero recordarlo con dos de sus poemas memorables, más allá de su La Isla en peso. Y no fue necesario hacerle una estatua: la construyó en vida con sus palabras. Eso es su obra, la única y definitiva estatua perdurable e inmortal.
Testamento
Como he sido iconoclasta
me niego a que me hagan estatua:
si en la vida he sido carne,
en la muerte no quiero ser mármol.
Como yo soy de un lugar
de demonios y de ángeles,
en ángel y demonio muerto
seguiré por esas calles...
En tal eternidad veré
nuevos demonios y ángeles,
con ellos conversaré
en un lenguaje cifrado.
Y todos entenderán
el yo no lloro, mi hermano....
Así fui, así viví,
así soñé. Pasé el trance.
El hechizado
A Lezama, en su muerte
Por un plazo que no pude señalar
me llevas la ventaja de tu muerte:
lo mismo que en la vida, fue tu suerte
llegar primero. Yo, en segundo lugar.
Estaba escrito. ¿Dónde? En esa mar
encrespada y terrible que es la vida.
A ti primero te cerró la herida:
mortal combate del ser y del estar.
Es tu inmortalidad haber matado
a ese que te hacía respirar
para que el otro respire eternamente.
Lo hiciste con el arma Paradiso.
-Golpe maestro, jaque mate al hado-.
Ahora respira en paz. Viva tu hechizo.
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