Cuando viste el título del libro a lo mejor pensaste «¡tremendo lío!».
¿Cómo en un libro pueden reunirse un rehilete, un papalote y un carrusel? Yo
les confieso que dije, hasta a su propia autora, «ese título no me gusta» y
utilicé (a manera de explicación) esas frases que usan los adultos cuando
quieren hacerse los que saben de libros y literatura: no es sugerente. Y
después seguí hablando sin palabras, para mí, porque uno a veces necesita
convencerse a sí mismo también: no da idea del recorrido que se hace por la
obra de una autora como esta, que tiene poemas sobre todos los temas y los
versos andan sueltos por su casa, saltando de ventana en ventana, destapando
las ollas en la cocina, escondidos en sus zapatos para que no los olvide al
salir a la calle. Ella me escuchó (lo que yo dejé oír, no todo lo que les
cuento ahora por primera vez a alguien) y pidió entonces que la ayudara a
encontrar un buen título, mientras una rima extraviada caminaba por sus
espejuelos y se le escondía en el pelo.
Después, cuando volví a sentarme, pensaba en qué sería lo que unía a
esos tres para haberse puesto de acuerdo en darle nombre a un libro y me dije:
es el viento que pasa. No la brisa tranquila que refresca, sino el viento
impetuoso que hace volar sombreros y sombrillas, hace girar el rehilete, volar
el papalote hasta las alturas y despeinar a los osados que galopan en el
círculo interminable del carrusel.
Y lo tomé como un presagio y el resumen de la obra de Lourdes, hice mío
el título y ahora lo tomo prestado para que conozcan a la poetisa.
Un rehilete…
Es Lourdes Díaz Canto, quien nació en la ciudad de Cienfuegos hace
algunos años, un 25 de octubre. Resulta que ese mes lo conocemos aquí como el
de los ciclones (a lo mejor en eso va la cuestión del viento). Siempre
inquieta, trabajó como operadora telefónica, secretaria y ¡por fin! Como
asesora de literatura en la Casa de Cultura hasta 1988. De sus manos nació el
boletín literario Mercedes Matamoros, para darle cobijo a tanta literatura
escrita en Cienfuegos, que gracias a ella no se perdió entre papeles y caminos.
El rehilete giraba, giraba. Sus ondas llegaban hasta el semanario
Pionero, Melaíto, Bohemia, Mujeres, Cubatabaco y Fides. Quería también que la
palabra escrita se escuchara y escribió para el programa radial Para ti.
También ha escrito cuentos para que los adultos conozcan su magia y
porque a veces quiere contar para dejar libre a la poesía, correteando por ahí,
porque todos necesitan vacaciones de vez en cuando.
El papalote vuela tan alto
Como el lirismo de sus poemas. Los versos que escribe Lourdes son
musicales, el ritmo interno llega con la rima, consonante o asonante y a veces
encabalga un verso con el siguiente «como si fueran / mudas espumas…».
A veces va de retahíla, jugando con las palabras para que de verdad
juegue quien las lea y «teje la araña su tela. / Teje que teje Sofía. / No
descansan. No se cansan / ni la araña ni la tía». «Porque estoy loca, loca,
loquita / porque repito, porque repitas…».
También son divertidas las repeticiones. Juega la autora con el sonido
de las palabras, «Casca. Casca. Cascabel». Es un cocimiento excelente, para los
oídos y el corazón, este ritmo «Cocitedigo, / Cocitecanto, / cocitecuento: /
Coci / coci / cocimiento».
Libre como el papalote cuando va y viene es la poesía que leeremos. En
un mismo poema aparecen estrofas diferentes: cuartetas, tercetos, pareados (y
esto es porque los versos quedan bien si van cuatro juntos, pero a veces son
solo tres, o hasta dos).
El papalote vuela entre las nubes, se esconde, aparece y seguimos
leyendo, dando todas las vueltas del
Carrusel
¿Quieres oír cómo resuenan las olas del mar cuando vienen a la orilla,
acarician la arena y se vuelven atrás? Pues monta en el primer caballo de este
carrusel, que es un caballo de mar. Sé marinero y después de veleros vas a
encontrarte con los amigos de Fifí, a saltar del charco a tu puerta… ¡Cuidado!
Has ido a caer de cabeza en el sombrero del mago. Pronuncia una palabra mágica
Abracadabra, ya estás fuera del sombrero, pero te encuentras con los chivitos,
con Aladino, con un flautista, ¿adónde va el carrusel? Si llega hasta París, a
la catedral de Notre Dame (Nuestra Señora, en español) y ves a Quasimodo y
Esmeralda, que en esta ciudad hay tantas palomas que el batir de alas te
devuelve a otra ciudad de mar, tu ciudad de Cienfuegos, y el carrusel sigue y
estás dando la vuelta al cesto: ¡al ánimo, al ánimo!, pero pide una candelita y
ve a la otra casita, digo, a la otra vuelta del carrusel. Ve preparado con
yerbas buenas para tisanas que en el Zoo puede haber algún amigo en apuros.
Toca diana y aparecen «Rosillo, Bayo y Alazán». ¿Cuál prefieres para seguir
dando vueltas en el carrusel? Sé que estás cansado, pero desde «El balcón de
seña Inés» puedes ver las funciones del ballet. Ni el pirata de «Azurina» te
impedirá leerla leyenda de La vieja de Las Calabazas». Y ahora, se detiene el
carrusel y «calabaza, calabaza, cada uno» va a su casa.
Prólogo a Rehilete, papalote y
carrusel, de Lourdes Díaz Canto, Ediciones Mecenas, Cienfuegos, 2001 (Mirtha
González Gutiérrez)
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