Hoy es 24 diciembre y en una
buena parte del mundo las personas celebran la Nochebuena. El 25 es la
natividad de Jesús y el mundo occidental celebra la Navidad. Todos tenemos
costumbres y tradiciones, más o menos extendidas, comprensibles o no.
Para mí estos días del año
siempre significaron una fecha para reunirse en familia, incluso durante los
años que en Cuba no era celebrada la Navidad, pero en mis recuerdos infantiles
persistían aquellos viajes a casa de mi abuela en Yaguajay, donde nos reuníamos
y la numerosa familia celebraba, con un lechón asado, la llegada al mundo del
niño Jesús. Comíamos manzanas, nueces, avellanas, turrones, todos los que en
aquellas fechas aún se vendían en las bodegas.
Cuando esa costumbre
desapareció, nos quedó la celebración del Año Nuevo, la despedida del viejo…
porque afortunadamente, el 1 de enero era y es una conmemoración patria.
Recuerdo nuestros deseos de
tener un arbolito (siendo adolescentes) y cómo pintábamos de colores los
bombillos y se colgaban de la mata de granada que mi mamá tenía en el jardín.
Desde siempre, los ritos, como dice tan sabiamente el Principito, nos alegran
la vida y hacen nacer ilusiones en nuestro corazón, como el insustituible
alimento para el espíritu: el que necesitamos para respirar y para que en este
mundo tan globalizado y sin alma, sintamos que pertenecemos a una nación, a un
grupo, a un pueblo del que nos sentimos orgullosamente parte.
Mi abuela primero, luego mis
tías y mi madre, ahora también nosotros con nuestros hijos, conservamos las
comidas acostumbradas en esta fecha, los mensajes, las visitas, sin olvidar la
sonrisa luminosa en el rostro. Acomodamos a los gustos esa tradición: en vez de
lechón asado prefiero las masas de puerco fritas, el congrí mejor que el arroz
blanco con los frijoles negros, la yuca con mojo, la ensalada de lechuga y
tomate (verde y roja, colores de la Navidad), los turrones (sobre todo el de
yema, preferencia heredada por mis hijos), el vino tinto y los buñuelos, aunque
ya no moldeo los números del año que viene, como solía hacer cuando era muy
joven y me encargaba de hacer buñuelos para la cena.
Soy una apasionada del mago
Merlín y de la leyenda del Rey Arturo. No es casual que en la leyenda arturiana
se haya escogido el 25 de diciembre para el nacimiento de este gran rey de la
Bretaña. O sea, mis ancestros celtas tienen sus celebraciones paganas y
hermosas también en esta fecha.
En lo personal siempre en
estos días trazo una frontera espiritual en mi vida: un antes y un después… es
como despojarme de la piel que vestí durante el año, abandonar los lastres y
las negatividades y aprestarme a recibir el año nuevo llena de ilusión y buenos
deseos, porque el futuro es de esperanzas. Si algún dolor sentí, si sufrí
decepciones o desengaños, eso queda abandonado en el camino, con los idus del
año que termina.
Celebremos la vida, el más
precioso don que recibimos, con el corazón cálido y tierno. Seremos capaces de
recibir lo que entregamos. Prodiguemos entonces la sonrisa, el gesto amable y
la confianza en lo mejor del corazón del hombre y abramos de par en par las
puertas de nuestro propio corazón para que lleguen, en armonioso conciliábulo,
el amor y la felicidad. Solo quienes aman serán
amados. Y de ellos ha de ser siempre el reino de la Tierra.
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