Esta locución latina se traduce como « el tiempo vuela»o «el tiempo se escapa»...
A menudo pensamos en el tiempo en términos grandes: años, décadas, siglos, pero lo que realmente se nos escapa son esos pequeños momentos del día a día. Las risas durante una comida con amigos, el café que te tomas por la mañana mientras el sol apenas se levanta. Esos momentos no se repiten, y cuando nos damos cuenta, ya son solo recuerdos que se disuelven, la mayor parte del tiempo, en el transcurrir de las horas.
Es curioso, pero parece que cuanto más crecemos, más rápido se nos va el tiempo. Cuando éramos niños, los veranos parecían eternos y las vacaciones escolares duraban una vida. Sin embargo, a medida que envejecemos, los años parecen desvanecerse en un abrir y cerrar de ojos.
¿Por qué? Hay algunas teorías interesantes sobre esto. Una de ellas es que, cuando somos pequeños, cada experiencia es nueva y emocionante, lo que hace que el cerebro preste más atención y lo perciba como si durara más. A medida que crecemos, nuestras rutinas se vuelven más predecibles, y nuestro cerebro deja de registrar cada momento con la misma intensidad. Esto crea la ilusión de que el tiempo se acelera, pero sigue siendo el mismo tiempo contado en segundos, minutos y horas.
También está la idea de que cuanto más años acumulamos, cada nuevo año representa una fracción más pequeña de nuestra vida total. A los cinco años, un año es el 20 % de tu vida. Pero a los 50, es solo el 2 %. Esto podría explicar la sensación de que los días se nos escapan más rápido a medida que envejecemos.
¿Será que valoramos más el tiempo cuando la vida pasa? Quizás la razón por la que sentimos que el tiempo pasa más rápido es porque, a medida que vivimos más, empezamos a darnos cuenta de su verdadero valor. En la juventud, tendemos a dar el tiempo por sentado; creemos que siempre habrá más oportunidades, más momentos, otros "después". El final de la vida se nos antoja lejos, muy lejos, pero a medida que avanzamos, nos damos cuenta de que esos "después" no siempre llegan.
Es como si, con los años, hayamos aumentado nuestra capacidad de notar lo efímero que realmente es el tiempo. Las responsabilidades crecen, y con ellas, la conciencia de que no podemos detener el reloj. Es en ese momento cuando empezamos a valorar más los pequeños instantes, aquellos que tal vez antes pasábamos por alto: una charla con un amigo, un atardecer que te sorprende, saborear en las mañanas un café...
Tal vez no es que el tiempo pase más rápido, sino que simplemente empezamos a apreciar su paso, porque somos más conscientes de su valor.
Sobre la brevedad de la vida, su paso y el tiempo, trata este poema de Rosalía de Castro:
Hora tras hora, día tras día
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