Pedro Alberto Assef es un
poeta de esos que toman la palabra y la moldean, la acarician o simplemente la
esgrimen como un arma eficaz para conjurar el dolor, la nostalgia, la soledad,
o a todas ellas de una buena vez. Es que cuando se juntan los males del alma,
la palabra se encrespa y crece, como una ola gigante, indestructible. Por el
verso estruendoso se le conoce, pero quien lo lee ve que el estruendo va
acompañado de una ternura inusual que convierte la melodía en sonido de arpa.
Me sucede con su poesía que cuando veo el título no imagino el
poema, sin embargo, cuando leo el poema no hay título más exacto que el suyo.
Poesía visceral y en constante cuestionamiento de los postulados filosóficos de
la esencia del ser, el significado de la vida,la búsqueda incesante de la belleza, la libertad del hombre para
crear y, a la vez, sus ataduras kármicas en consonancia con su responsabilidad
como individuo y acompañando al todo las emociones, de las que no podemos
sustraernos, como no podemos sustraernos del destino.
En
ciertos puntos de su poesía se acerca al arte poética del existencialismo, lo
roza, pero sigue un camino original, puesta la mirada (y claro, la palabra, el
verso) en el destino humano aquí y ahora. Quizás su leit motiv poético es el
que aparece en uno de estos poemas: y yo terco me empeño en que todo se quede/ en salvar
del olvido lo que se va extinguiendo/al fondo de la sombra (…)
La sinceridad del sujeto poético es la que hace fluida y veraz
ese verso que estremece por su candor y fuerza. Pedro, quién lo duda, es un
poeta imprescindible. Nada hay forzado en sus poemas: las imágenes y las
metáforas se suceden de manera tan natural que no hay otra manera de expresar
la idea o la emoción que no sea justo con esas palabras. Y sucede igual si
escribe verso blanco o rimado: sus versos tienen la música interna que solo
alcanzan los elegidos por la palabra, aunque sus sonetos son impecables, al
igual que las décimas, de los que hay aquí una pequeña muestra, junto a otros
poemas.
La
décima del regreso
Como
una bestia sombría
que
se desangra en la noche
así
mi amor se hizo un broche
de
luz en la noche fría.
Recogí
la vida mía
como
quien corta una flor.
Fui
el humo, fui el esplendor
en
los valles de la muerte
y
regresé para verte
palideciendo
de amor.
Yo
soy el tiburón, el que está ciego
Yo
soy el mismo réprobo que vaga
por
los mares del mundo sin sosiego
yo
soy el tiburón, el que está ciego
por
la sangre y la muerte de su saga.
Me
han cazado los hombres, me han hundido
el
regio arpón en la memoria oscura
pero
sigo arrastrando la amargura
por
las playas del tiempo y el olvido.
Nada
me detendrá, los manuscritos,
los
códices en piedra, los escritos
del
viejo dios sustentan mi venganza.
Soy
bestia de las aguas temblorosas,
no
conozco el descaro de las rosas
ni
el tenue resplandor de la esperanza.
Los poemas del hambre
I
nos vamos / no estaremos mañana
ni en las hojas del árbol / ni en las palomas fieras
estas habitaciones tendrán otras palabras
es por eso / que donde está el amor
quiero poner la niebla / tus brazos descubiertos
quiero enterrar las rosas al fondo de tus ojos
que nada se confunda con tu lengua esperando
que el sexo sea la vida / que lo que fue el poema
humille lo que pienso
que tus uñas me raspen la memoria del alma
que no mires al cielo / que se muera la luna
que me rujas
que nada se parezca al amor
II
aquí no pasa nada
el agua sigue cayendo sobre la fuente / sola
esta angustia es mentira
se acabará la noche
y mañana volverá la belleza los cendales el humo
mi madre lo decía
“los poetas se inventan cosas innombrables”
no es verdad que me duela el rencor de los muertos
porque el mundo está en calma
y la vida es muy simple
uno duerme despierta come trabaja espera
reza a dios a los santos al fulgor infinito
uno no entiende nunca que el tiempo se lo traga
yo soy el gran problema / el que enreda los hilos
david siempre pregunta “para qué escribes tanto”
y yo terco me empeño en que todo se quede
en salvar del olvido lo que se va extinguiendo
al fondo de la sombra
III
Para Lichi
la muerte es un silencio pequeño en el amor
la gente solo queda tranquila
y se olvida por un tiempo del pan
sucede que se van al humo a la ceniza
al agua de los campos
empujan desde abajo a las rosas
y regresan un día
IV
este poema no existe
yo no lo he escrito nunca
no es cierto que tú crecías en mí
ni que en tu boca comenzaba la vida
yo no pude salvarte con ninguna palabra.
Siempre
escribo tu nombre bajo el agua
Con el tiempo se me han ido desprendiendo tus ojos
el nombre de la calle
la esquina en que la lluvia te hizo un pájaro herido
que yo fui levantando hasta mi boca
Nadie / antes que tú llegaras
abandonó la belleza por mí
dejó toda la luz y todo el cielo
y caminó humildemente tras mi sombra
nadie dejó mi pecho como un faro
como un imperio en la penumbra que trasciende
Nadie / antes que tú llegaras
me dijo amor mientras moría.
el nombre de la calle
la esquina en que la lluvia te hizo un pájaro herido
que yo fui levantando hasta mi boca
Nadie / antes que tú llegaras
abandonó la belleza por mí
dejó toda la luz y todo el cielo
y caminó humildemente tras mi sombra
nadie dejó mi pecho como un faro
como un imperio en la penumbra que trasciende
Nadie / antes que tú llegaras
me dijo amor mientras moría.
II
El día o la noche que me toque partir
voy a ponerme tu camisa blanca
y así cuando me veas dormido para siempre
reirás y llorarás a cátaros sobre mis ojos
y tus lágrimas irán despegando poco a poco mis párpados
hasta encontrarse con el mar
igual que el primer día de la primera vez que te abrazaba
con esta lengua torpe
con esta mano oscura
sabré que no triunfó el amor sino el olvido
pero veré desde la muerte cómo crece tu aliento
cómo se va inclinando tu hermosura hacia mí.
voy a ponerme tu camisa blanca
y así cuando me veas dormido para siempre
reirás y llorarás a cátaros sobre mis ojos
y tus lágrimas irán despegando poco a poco mis párpados
hasta encontrarse con el mar
igual que el primer día de la primera vez que te abrazaba
con esta lengua torpe
con esta mano oscura
sabré que no triunfó el amor sino el olvido
pero veré desde la muerte cómo crece tu aliento
cómo se va inclinando tu hermosura hacia mí.
Texas, invierno de 2012
El padre
Llegaste esa noche a besarme, bajo el oscuro cielo de Miami. Al fin te has
vuelto un hombre, un hombre con arañas en la piel, un hombre frío. Salimos
caminando por esa patria que nunca fue la tuya y hablamos de la Revolución. Amé las cosas parecidas a ti; pero no supe nunca
explicarte mi duelo. La noche seguía negra y Miami era como La Habana, o Ciego
de Ávila, unos barcos grandísimos miramos regresar. Me fui quedando atrás, y me
llamaste como cuando era niño, y entrabas en mi amor como una espada. Volviste
a besarme la cabeza, y todo fue luz y esperanza en la muerte.
Pedro Alberto Assef (Ciego de Ávila, Cuba, 1966) Licenciado en
Filología por la Universidad Central de Las Villas. Su tesis se titula Expresión crítica al
universo poético de Carilda Oliver Labra (Frente de Afirmación Hispanista. Ciudad de
México, 2002). Miembro del Taller Nacional de la Nueva Poesía Cubana. Presidió
la sección de literatura de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba,
en Ciego de Ávila. Premio UNEAC de Poesía, por El libro de arena (1993). Especialista del Centro del
Libro y la Literatura en Ciego de Ávila y fundador de la publicación Hojas al
viento y del sello Ediciones Ávila (1997). Obtuvo en 1998 y 1999 el Premio
Nacional de Décimas a la Virgen de la Caridad de Cobre. Ha ejercido como
periodista en Cuba, México y Estados Unidos. Miembro de National Association of Hispanic Journalists. Otros libros: Morir a sonetazos, Poesía, El Libro del bufón y el rey, y
otras lealtades, (Cuba, 1990-2000) y El árbol en el mar (París, Francia, 2010).
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