sábado, 30 de enero de 2016

MIRARTE


Baruch Elron



Desfilan ante mis ojos las imágenes
solo para mostrarme una verdad que duele
en una dimensión desconocida
y hay sol que solo nos trae oscuridades
risas que envuelven en sombras  nuestra alma
rostros  que solo expresan alegría
enlutan mi pensamiento y mi sonrisa.

Casi termina enero, el mes de la poesía
de aniversarios tristes
como el del ciervo sin vida atravesado en la montura de los años
no sabía, poeta, que podía
ese día luminoso de tu venida al mundo
traer tanta tristeza hasta mi vida
pero la vida da puntadas certeras
para coser el traje al desamor
y teñir el oro del amanecer con el plomizo gris de las tormentas.

Dicen que la tristeza nos da fuerzas
y tú, poeta, dijiste cierta vez
que solo el dolor engendra la belleza:
por qué entonces mis ojos no la encuentran
y solo puedo descubrirla en la memoria
en dos recuerdos azules que acuden a mi mente
me deslumbran y parten
sin palabras
en el silencio quieto de una distancia
que solo puedo medir con esos latidos informes
que estrujan y hacen estremecer ese lugar del pecho
que se agita casi siempre y se rebela
cuando intento alejarlo.

Definitivamente
el reino del dolor es el silencio.

jueves, 28 de enero de 2016

ESE HOMBRE DE LA EDAD DE ORO



El 28 de enero de 1853 es una fecha que todos los cubanos conocemos desde pequeños: es el día en que nació José Julián Martí Pérez, en la humilde casita de la calle Paula marcada con el número 41. Hoy, con toda justicia, la calle lleva el nombre de su madre. Cuando escuchamos alguno de los versos sencillos, sobre todo el que comienza Cultivo una rosa blanca…todos sabemos que son suyos Esa rosa blanca y ese coraje que jamás desmereció su pluma, punzante y aguda como el puñal de sus entrañables versos, están unidas en nuestra memoria al luchador incansable, apóstol de la independencia, el que jamás dejó de aunar voluntades y convocar a los hombres y jefes militares en aras de la libertad de la patria aunque, como dijera en la carta a Máximo Gómez, sabía que consagrarse a la causa de la independencia solo contribuía al placer del sacrificio y la ingratitud probable de los hombres. 

Trajo consigo todo el sol y la luz de la aurora. José Martí, nuestro Martí y el de todos los que defienden, desde el corazón puro, la verdad y la justicia. Cada segundo se le ve, con el yugo ceñido, alumbrando con la estrella que ilumina y mata.

Fue un poeta genial, precursor del Modernismo en Hispanoamérica, periodista, prosista y orador extraordinario, talentoso estratega que asombró a todos con la urdimbre que armó para asegurar la discreción en las redes del Partido Revolucionario Cubano, diplomático, economista, filósofo, historiador, educador de generaciones, sociólogo, traductor excelente y crítico de arte y literatura, pero ante todo un ser humano cabal, honesto y un revolucionario íntegro que vivió y murió por la patria… polifacético hombre por el que debemos desafiar las normas y pensar y escribir en mayúsculas su nombre.

Nada humano le fue ajeno. No en balde cuando nos referimos a un tema siempre acudimos a su privilegiada palabra para fundamentar, orientar o aclarar, pues solo mencionarlo basta para que aceptemos su palabra como confirmación y aval de lo que se dice.

No creo que haya alguien en el mundo de la literatura de habla hispana que haya armonizado en sus escritos géneros y temas tan diversos por su contenido, forma, como por su intención: textos de hondura lírica como su poesía; complejos como el teatro y la novela; fustigadores y buen fundamentados, como sus discursos y artículos críticos de las realidades latinoamericanas y del resto del mundo (sobre todo en lo tocante a injusticias y desigualdades); tan imaginativos, fantasiosos, tiernos y de alto vuelo poético como los dedicados a los niños y jóvenes desde las páginas de La Edad de Oro.

Por eso creo que esas palabras suyas A los niños que lean la Edad de Oro son su declaración de principios como ser humano para la educación de los más jóvenes:

A los niños que lean “La Edad de Oro”

Para los niños es este periódico, y para las niñas, por supuesto. Sin las niñas no se puede vivir, como no puede vivir la tierra sin luz. El niño ha de trabajar, de andar, de estudiar, de ser fuerte, de ser hermoso: el niño puede hacerse hermoso aunque sea feo; un niño bueno, inteligente y aseado es siempre hermoso. Pero nunca es un niño más bello que cuando trae en sus manecitas de hombre fuerte una flor para su amiga, o cuando lleva del brazo a su hermana, para que nadie se la ofenda: el niño crece entonces, y parece un gigante: el niño nace para caballero, y la niña nace para madre. Este periódico se publica para conversar una vez al mes, como buenos amigos, con los caballeros de mañana, y con las madres de mañana; para contarles a las niñas cuentos lindos con que entretener a sus visitas y jugar con sus muñecas; y para decirles a los niños lo que deben saber para ser de veras hombres. Todo lo que quieran saber les vamos a decir, y de modo que lo entiendan bien, con palabras claras y con láminas finas. Les vamos a decir cómo está hecho el mundo: les vamos a contar todo lo que han hecho los hombres hasta ahora.

Para eso se publica La Edad de Oro: para que los niños americanos sepan como se vivía antes, y se vive hoy, en América, y en las demás tierras; y cómo se hacen tantas cosas de cristal y de hierro, y las máquinas de vapor, y los puentes colgantes, y la luz eléctrica; para que cuando el niño vea una piedra de color sepa porqué tiene colores la piedra, y que quiere decir cada color; para que el niño conozca los libros famosos donde se cuentan las batallas y las religiones de los pueblos antiguos. Les hablaremos de todo lo que se hace en los talleres, donde suceden cosas más raras e interesantes que en los cuentos de magia, y son magia de verdad, más linda que la otra: y les diremos lo que se sabe del cielo, y de lo hondo del mar y de la tierra; y les contaremos cuentos de risa y novelas de niños, para cuando hayan estudiado mucho, o jugado mucho, y quieran descansar. Para los niños trabajamos, porque los niños son los que saben querer, porque los niños son la esperanza del mundo. Y queremos que nos quieran, y nos vean como cosa de su corazón.

Cuando un niño quiera saber algo que no este en La Edad de Oro, escríbanos como si nos hubiera conocido siempre, que nosotros le contestaremos. No importa que la carta venga con faltas de ortografía. Lo que importa es que el niño quiera saber. Y si la carta está bien escrita, la publicaremos en nuestro correo con la firma al pie, para que se sepa que es niño que vale. Los niños saben más de lo que parece, y si les dijeran que escribiesen lo que saben, muy buenas cosas que escribirían. Por eso La Edad de Orova a tener cada seis meses una competencia, y el niño que le mande el trabajo mejor, que se conozca de veras que es suyo, recibirá un buen premio de libros, y diez ejemplares del número de La Edad de Oro en que se publique su composición, que será sobre cosas de su edad, para que puedan escribirla bien porque para escribir bien una cosa hay que saber de ella mucho. Así queremos que los niños de América sean: hombres que digan lo que piensan, y lo digan bien: hombres elocuentes y sinceros.

Las niñas deben saber lo mismo que los niños, para poder hablar con ellos como amigos cuando vayan creciendo; como que es una pena que el hombre tenga que salir de su casa a buscar con quien hablar, porque las mujeres de la casa no sepan contarle más que de diversiones y de modas. Pero hay cosas muy delicadas y tiernas que las niñas entienden mejor, y para ellas las escribiremos de modo que les gusten; porque La Edad de Oro tiene su mago en la casa, que le cuenta que en las almas de las niñas sucede algo parecido a lo que ven los colibríes cuando andan curioseando por entre las flores. Les diremos cosas así, como para que las leyesen los colibríes si supiesen leer. Y les diremos cómo se hace una hebra de hilo, cómo nace una violeta, cómo se fabrica una aguja, cómo tejen las viejecitas de Italia los encajes. Las niñas también pueden escribirnos sus cartas, y preguntarnos cuanto quieran saber, y mandarnos sus composiciones para la competencia cada seis meses. ¡De seguro que van a ganar las niñas!

Lo que queremos es que los niños sean felices, como los hermanitos de nuestro grabado; y que si alguna vez nos encuentra un niño de América por el mundo nos apriete mucho la mano, como a un amigo viejo, y diga donde todo el mundo lo oiga: "¡Este hombre de La Edad de Oro fue mi amigo!"

En realidad, ese hombre de La Edad de Oro ha sido el padre de los americanos, de las personas buenas y honestas, el padre de todos los cubanos, su prócer y el hombre más grande que ha dado nuestra hermosa isla.

Hoy es el aniversario del nacimiento del mejor de todos los cubanos. ¿Qué decir de Martí? Un verdadero genio político, de las letras, el más tierno y humilde de los hombres. Un verdadero paradigma de la grandeza humana. Creo que su misión fue demostrar que se puede ser sencillo y grande. Nadie ha hecho más por Cuba que él y nos dejó una obra literaria que es, sin duda alguna, la más grande de nuestro país en cualquier época. En él debe mirarse todo el que se crea talentoso, patriota u hombre de bien para convencerse de que cualquiera de nosotros está tan lejos de él como la más lejana estrella de la galaxia lo está del sol. Creo que las palabras no expresan lo que en justicia merece, así que es mejor leerlo a él. José Martí cumple hoy 163 años. Y está vivo.

CARTA DE JOSÉ MARTÍ AL GENERAL MÁXIMO GÓMEZ





                                                      New York, Octubre 20 de 1884.

Sr. General Máximo Gómez
New York.

Distinguido General y amigo:
Salí en la mañana del sábado de la casa de Ud. con una impresión tan penosa, que he querido dejarla reposar dos días, para que la resolución que ella, unida a otras anteriores, me inspirase, no fuera resultado de una ofuscación pasajera, o excesivo celo en la defensa de cosas que no quisiera ver yo jamás atacadas, sino obra de meditación madura: ¡qué pena me da tener que decir estas cosas a quien creo sincero y bueno, y en quien existen cualidades notables para llegar a ser verdaderamente grande! Pero hay algo que está por encima de toda simpatía personal que Ud. pueda inspirarme, y hasta de toda razón de oportunidad aparente: y es mi determinación de no contribuir en un ápice, por amor ciego a una idea en que me está yendo la vida, a traer a mi tierra a un régimen de despotismo personal, que sería más vergonzoso y funesto que el despotismo político que ahora soporta, y más grave y difícil de desarraigar, porque vendría excusado por algunas virtudes, establecido por la idea encarnada en él, y legitimado por el triunfo.
Un pueblo no se funda, General, como se manda un campamento; y cuando en los trabajos preparatorios de una revolución más delicada y compleja que otra alguna, no se muestra el deseo sincero de conocer y conciliar todas las labores, voluntades y elementos que han de hacer posible la lucha armada, mera forma del espíritu de independencia, sino la intención, bruscamente expresada a cada paso, o mal disimulada, de hacer servir todos los recursos de fe y de guerra que levante el espíritu a los propósitos cautelosos y personales de los jefes justamente afamados que se presentan a capitanear la guerra. ¿Qué garantías puede haber de que las libertades públicas, único objeto digno de lanzar un país a la lucha, sean mejor respetadas mañana? ¿Qué somos, General? ¿los servidores heroicos y modestos de una idea que nos calienta el corazón, los amigos leales de un pueblo en desventura, o los caudillos valientes y afortunados que con el látigo en la mano y la espuela en el tacón se disponen a llevar la guerra a un pueblo, para enseñorearse después de él? ¿La fama que ganaron Uds. en una empresa, la fama de valor, lealtad y prudencia, van a perderla en otra? Si la guerra es posible, y los nobles y legítimos prestigios que vienen de ella, es porque antes existe, trabajado con mucho dolor, el espíritu que la reclama y hace necesaria: y a ese espíritu hay que atender, y a ese espíritu hay que mostrar, en todo acto público y privado, el más profundo respeto, porque tal como es admirable el que da su vida por servir a una gran idea, es abominable el que se vale de una gran idea para servir a sus esperanzas personales de gloria o de poder, aunque por ellas exponga la vida. El dar la vida sólo constituye un derecho cuando se la da desinteresadamente.
Ya lo veo a Ud. afligido, porque entiendo que Ud. procede de buena fe en todo lo que emprende, y cree de veras, que lo que hace, como que se siente inspirado de un motivo puro, es el único modo de hacer que hay en sus empresas. Pero con la mayor sinceridad se pueden cometer los más grandes errores; y es preciso que, a despecho de toda consideración de orden secundario, la verdad adusta, que no debe conocer amigos, salga al paso de todo lo que considere un peligro, y ponga en su puesto las cosas graves, antes de que llevan ya un camino tan adelantado que no tengan remedio. Domine Ud., General, esta pena, como dominé yo el sábado el asombro y disgusto con que oí un importuno arranque de Ud. y una curiosa conversación que provocó a propósito de él el General Maceo,[1] en la que quiso,-¡locura mayor!-darme a entender que debíamos considerar la guerra de Cuba como una propiedad exclusiva de Ud., en la que nadie puede poner pensamiento ni obra sin cometer profanación, y la cual ha de dejarse, si se la quiere ayudar, servil y ciegamente en sus manos. No: no, ¡por Dios!: ¿pretender sofocar el pensamiento, aun antes de verse como se verán Uds. mañana, al frente de un pueblo entusiasmado y agradecido, con todos los arreos de la victoria? La patria no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto sólo en espíritu, de quien la sirva con mayor desprendimiento e inteligencia.
A una guerra, emprendida en obediencia a los mandatos de un país, en consulta con los representantes de sus intereses, en unión con la mayor cantidad de elementos amigos que pueda lograrse; a una guerra así, que venía yo creyendo- porque así la pinté en una carta mía de hace tres años que tuvo de Ud. hermosa respuesta, -que era la que Ud. ahora se ofrecía a dirigir; - a una guerra así el alma entera he dado, porque ella salvará a mi pueblo; - pero a lo que en aquella conversación se me dio a entender, a una aventura personal, emprendida hábilmente en una hora oportuna, en que los propósitos particulares de los caudillos pueden confundirse con las ideas gloriosas que los hacen posibles; a una campaña emprendida como una empresa privada, sin mostrar más respeto al espíritu patriótico que la permite, que aquel indispensable, aunque muy sumiso a veces, que la astucia aconseja, para atraerse a las personas o los elementos que puedan ser de utilidad en un sentido u otro; a una carrera de armas por más que fuese brillante y grandiosa; y haya de ser coronada por el éxito, y sea personalmente honrado el que la capitanee; a una campaña que no dé desde su primer acto vivo, desde sus primeros movimientos de preparación, muestras de que se la intenta como un servicio al país, y no como una invasión despótica; a una tentativa armada que no vaya pública, declarada, sincera y únicamente movida, del propósito de poner a su remate en manos del país, agradecido de antemano a sus servidores, las libertades públicas; a una guerra de baja raíz y temibles fines, cualesquiera que sean su magnitud y condiciones de éxito –y no se me oculta que tendría hoy muchas- no prestaré yo jamás mi apoyo –valga mi apoyo lo que valga-, y yo sé que él, que viene de una decisión indomable de ser absolutamente honrado, vale por eso oro puro, yo no se lo prestaré jamás.
¿Cómo, General, emprender misiones, atraerme afectos, aprovechar los que ya tengo, convencer a hombres eminentes, deshelar voluntades, con estos miedos y dudas en el alma? Desisto, pues, de todos los trabajos activos que había comenzado a echar sobre mis hombros.
Y no tenga a mal, General, que le haya escrito estas razones. Lo tengo por hombre noble, y merece Ud. que se le haga pensar. Muy grande puede llegar a ser Ud. –y puede no llegar a serlo-. Respetar a un pueblo que nos ama y espera de nosotros, es la mayor grandeza. Servirse de sus dolores y entusiasmos en provecho propio sería la mayor ignominia. Es verdad, General, que desde Honduras me habían dicho que alrededor de Ud. se movían acaso intrigas que envenenaban, sin que Ud. lo sintiese, su corazón sencillo, que se aprovechaban de sus bondades, sus impresiones y sus hábitos para apartar a Ud. de cuantos hallase en su camino que le acompañasen en sus labores con cariño, y le ayudaran a librarse de los obstáculos que se fueran ofreciendo a un engrandecimiento a que tiene Ud. derechos naturales. Pero yo confieso que no tengo ni voluntad ni paciencia para andar husmeando intrigas ni deshaciéndolas. Yo estoy por encima de todo eso. Yo no sirvo más que al deber, y con este seré siempre bastante poderoso.

¿Se ha acercado a Ud. alguien, General, con un afecto más caluroso que aquel con que lo apreté en mis brazos desde el primer día en que le vi? ¿Ha sentido Ud. en muchos esta fatal abundancia de corazón que me dañaría tanto en mi vida, si necesitase yo de andar ocultando mis propósitos para favorecer ambicioncillas femeniles de hoy o esperanzas de mañana?
Pues después de todo lo que he escrito, y releo cuidadosamente, y confirmo, a Ud., lleno de méritos, creo que lo quiero: a la guerra que en estos instantes me parece que, por error de forma acaso, está Ud. representando, no:
Queda estimándole y sirviéndole
José Martí.

(Copia literal tomada de Obras Completas, Editorial Lex, La Habana, Cuba, 1946. Vol. I, p. 78-81) y en
(Obras escogidas en tres tomos. Editora Política, La Habana, 1981. Tomo I, p. 387)



[1] El general Antonio Maceo


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