Hoy es 30 de diciembre y falta muy poco tiempo para que el año 2024 termine. Casi al mediodía de hoy nos quedan 36 horas para recibir el Año Nuevo. Para muchos ha sido un año de sucesos tristes, como la partida a otras dimensiones de amigos, familiares o personas conocidas que siempre «estaban ahí»: celebridades de la música, el cine, la televisión, la literatura… y que ahora forman parte de nuestros recuerdos.
Decía Eduardo Galeano que somos un mar de fueguitos vistos desde lo alto. Cada uno de nosotros tiene su propia luz; así, hay quienes tienen una luz clara, luminosa, mientras que otros irradian una luz oscura, muy parecida a las sombras.
A todos nos gusta estar rodeados de personas luminosas, que nos hacen vivir con una sonrisa a flor de labios, enfrentar las adversidades con entereza o, simplemente, ser capaces de conmovernos al contemplar un amanecer.
He tenido la suerte de estar rodeada (casi siempre) por fueguitos luminosos, de esos que casi parecen estallidos de fuegos artificiales y que al verlos o recordarlos, nos evocan mágicos momentos de amor y fraternidad humana.
Uno de mis libros preferidos (o historias, porque es una saga) es el de la familia Mumin. Ese valle, con su montaña en la que vive el más solitario de los magos, ese sombrero transformador y cada uno de sus personajes son un pasaje al mítico mundo de la imaginación. Releer sobre sus aventuras me hace preguntar cómo alguien pudo crear una obra así. Su autora estuvo rodeada de fueguitos luminosos, no cabe dudas.
¿Qué podemos hacer para convertirnos en uno de esos fueguitos bienhechores? Es un misterio. Hay quienes lo hacen sin pensarlo y sin proponérselo. Otros, van cargados de sombras, sin contar estrellas.
Pero si nos proponemos iluminar con una palabra o un gesto generoso a quienes tenemos cerca (en el trabajo, en la casa, en nuestra ciudad), seguramente que nuestro fueguito crecerá y se convertirá en una hermosa llama tornasol, capaz de alumbrar una noche oscura o un corazón apagado.
Casi, casi llegamos al final del año. El nuevo año viene caminando con su farol de días a cuestas para alumbrar los caminos del mundo. Hagamos que cuando mire desde la cúspide del tiempo, vea que somos un mar de fueguitos rutilante caminando juntos.
La humanidad necesita la luz, no las sombras. Y las personas de buena voluntad están hechas de luz; seamos de esos que «arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende».