viernes, 23 de septiembre de 2016

ALBERTO YÁÑEZ: UN VIAJE HACIA LA VIDA (O MUCHA VIDA PARA POCA BARRABASADA)








Si un día dulcemente
de pronto me perdiera
tal vez quede mi rastro
           en las estrellas.
(JM)

Conocí a Albertico Yáñez en el Encuentro Debate Nacional de Talleres Literarios del año 83. Ese día anunciaban distinciones especiales para las diez mejores obras premiadas a lo largo de aquellos encuentros y, por supuesto, él estuvo con su Cuentan que Penélope. Salió casi corriendo por la alfombra del salón de actos del Hotel Nacional, tropezó, soltó una carcajada de las suyas y todos sentimos la vitalidad que transpiraba, su alegría y aquella hilarante virtud del disparate evocada por el poeta y que fue, junto a la imaginación desbordada, señales inconfundibles de su personalidad creadora. Luego coincidimos varias veces, y a pesar de ser casi de la misma edad, solo un poco mayor (revelación que jamás me perdonaría) lo reverenciaba con el respeto que inspira solo el talento. Tuve que llegar a la editorial Gente Nueva para conocerlo más y aprender a quererlo, como se ama algo tierno y tormentoso, pero indispensable siempre.
Si algo marca su vida es la genialidad y la entrega que ponía en todo cuanto hacía: él fue el diseñador del afiche azul con el cofre de libros que identificó al Pabellón Infantil en la feria del 2000 y ese nombre, Tesoro de Papel, es su idea, aunque nunca lo dijo, y también es suya la letra de la canción escrita como un himno a la fantasía eterna. Nunca pregonó ningún reconocimiento, aunque le brillaban más aún aquellos ojos luminosos cuando hablaba del Premio de la Crítica, su gran satisfacción.
Estuvo con nosotros, sentado en el piso de la editorial, discutiendo los desvaríos de Una merienda de locos, que celebramos rodeados de una hermosa exposición sobre la historia del libro, escrita y dibujada por él. Se apasionaba, gritaba, nos apretaba de una manera que no faltó alguien a quien le dejara marcas o huesos medio dislocados, pero de pronto se ponía serio: había encontrado dentro de su portentosa imaginación, la idea que faltaba. Nos diseñó el stand de Gente Nueva para la feria del 2003 y festejamos el premio al mejor Stand Cubano con entusiasmo de chiquillos. En mi última feria en la editorial, en el 2007, me pidió que lo recogiera en su casa el mismo día de la inauguración, porque los otros diseñadores no habían podido terminar, y se armó de tijeras, pinceles y cartulina para al final ambientarnos sobria, pero dignamente el stand. Después se fue de gira, a presentar en Pinar del Río su Dienteleche La perdida por la ganada o el cambio del niño por la vaca y reapareció en marzo.
Todo en él era grandilocuente, universal, tremendo. Nunca estuvo en el equilibrio de la balanza, sino por encima de ella.
Jaranero, soez a veces, pero con gracia criolla, sentía un amor ilimitado por la patria, y por la revolución. Las únicas ocasiones en las que lo pude ver irritado, casi furioso, era cuando comentábamos la deslealtad de quienes se vendían por un poco de confort y se desdecían de su discurso anterior, probadamente hipócrita y oportunista.
Amante eterno de la belleza le rendía culto en cualquier manifestación de la cultura: el cine, la plástica, el teatro y era un melómano increíble. Juntos escuchábamos una y otra vez esa música de siempre de Gardel, Los Cinco Latinos, Alberto Cortés, Lola Flores y tantos más. Coleccionaba fotos y afiches de Marilyn Monroe y su dirección de correo electrónico era otra manera de rendirle homenaje. 
Nos puso la editorial de cabeza cuando le pedimos que nos entregara una historia breve y se apareció con Poco libro para tanta barrabasada, que es el único minilibro publicado con más de cien páginas en esa colección. Después de infinitas sesiones en casa de Janet, donde esperaban el amanecer con un revoltijo de hojas y tazas de café, repitiendo las ilustraciones que María Elena le devolvía, cambiábamos la fecha de entrega del libro, porque de pronto las últimas planas tenían un error y reescribía fragmentos y se perdía en el diccionario buscando la palabra apropiada porque, como grande que es, siempre estaba inconforme.
Quien lo conozca sabe que de pronto se esfumaba, como en un acto de magia, y sus amigos nos llamábamos para averiguar por dónde andaba, qué estaba haciendo, y  de pronto aparecía y estaba una semana completa yendo todos los días a la editorial, compartiendo el almuerzo y las lecturas, opinando siempre con una claridad y profundidad que desconcertaba a los menos entendidos y que otros aplaudíamos.
Nunca escribió directamente en la computadora: solo la usaba para recibir y enviar mensajes a las amistades que tenía en todo el mundo. Recién ahora me entero que había traído una de Río de Janeiro, no obstante, seguía yendo a la sala de navegación del Centro Loynaz. 
Estuvo en mi oficina a finales de agosto y hablamos de su viaje a Brasil. Coincidimos Coyra, él y yo y fue una fortuna. Le enseñé las fotos del último cumpleaños que le celebramos en Gente Nueva y yo prometí que las imprimiría. 
El 7 de septiembre estuvo a felicitar a mi hija por su cumpleaños y habíamos salido, pero luego hablamos por teléfono. Se había empapado bajo la lluvia y mami le hizo un café fuerte para que entrara en calor. No imaginé que el día en el cual me anunciaron por la extensión de la pizarra “Aquí está Alberto, de la UNEAC”, iba a ser la última vez que lo vería vivo. Tenía que ser suya esa manera de anunciarse, tan ambigua, porque pienso que si él se sabía talentoso y brillante, no lo demostraba, aunque alardeara para mantenerse en ese estado permanente e indefinido de niño que aparenta ir de broma siempre pero guarda un corazón grande que es refugio y consuelo ante la tristeza o el dolor ajeno. Vivió para ser la alegría de otros y ocultaba su propia soledad detrás de una sonrisa. 
Ayer estuvimos hablando Janet y yo de la novela que escribía y que ella transcribió. Reímos cuando me contó que él la había llamado y le confesó que todavía le faltaban algunos capítulos, incluir a Napoleón y los hititas… algo tan suyo eso de enredar las historias, invertir textos en las páginas o pegar en su puerta un recorte de periódico y salir corriendo pero desandar el mundo y regresar a su tierra, donde le esperaba su hermana, los amigos y sus perros.
Ya no me anunciarás más tu llegada, ni escucharé los disparatados mensajes en la contestadora, pero si veo un bolotruco ante mi puerta, escucho una carcajada sin dueño en medio de la noche o pienso en ti, sabré que estás a mi lado y al lado de todos los que en este momento de tristeza en la amada isla que compartimos, sufren sus pérdidas y necesitan de tu espíritu alegre y joven para continuar el viaje interminable hacia la vida.
(Mirtha González) Publicado en La Jiribilla en septiembre de 2008) 
Las fotos pertenecen a su cumple del año 2006, en diciembre. En el 2007 estuvo fuera de Cuba, en Brasil. Este día lo celebramos en la editorial Gente Nueva con un grupo de escritores y los trabajadores de allí.



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