jueves, 19 de junio de 2014

DEL LIBRO Disquisiciones, de FERNANDO CARR PARÚAS

Fernando Carr Parúas,  Premio Nacional de Edición 2009 en Cuba

La historia de un chanchullo que dio origen a más de una voz

Hace un tiempo, mi amiga Nieves Jiménez Taza, quien es funcionaria de la Consejería de Salud, Consumo y Bienestar Social del Gobierno de La Rioja, en España, me envió un libro publicado —entonces recientemente— por esa Consejería y el Instituto de Estudios Riojanos, titulado Saber bien: Cultura y prácticas alimentarias en La Rioja, cuyo autor lo es Arachu Castro San Juan. Quién me iba a decir que un asunto recogido en él me serviría para mi trabajo en la edición sobre ciertos títulos de la historia española reciente.
Cuando se trata en el citado libro del período de la Guerra Civil Española (1936-1939) y durante la posguerra, conocido como el de “los famosos años del hambre”, y se hace un análisis de los salarios y los precios de los productos de las cartillas del racionamiento y el consumo, allí se expresa: “Los productos perecederos no forman parte del racionamiento, probablemente por la dificultad que hay en esa época de conservarlos o transportarlos a largas distancias. La carne, el pescado, la leche y los huevos se reparten muy pocas veces, y aunque están en venta libre con precios vigilados, hay que acudir al estraperlo [...]”. Más adelante dice: “[...] el estraperlismo es una estrategia consecuente a la implantación de cartillas [...]”.
La voz estraperlo y sus derivadas son de uso común en España, en algunas regiones más que en otras, muy particularmente para referirse a cuestiones relacionadas con la época citada. El término data de 1935 y su primer significado fue ‘práctica fraudulenta o ilegal’, para pasar a ‘comercio de artículos intervenidos por el Estado y sujetos a tasa’, y terminar por ser también sinónimo de ‘contrabando’. El vocablo estraperlo se aplica además al artículo objeto de comercio ilegal, y de forma familiar se usa con el significado de ‘chanchullo, intriga’. La Real Academia Española ha dado carta blanca en su Diccionario no solamente al término estraperlo, sino también a las voces estraperlista (‘persona que practica el estraperlo’), y estraperlear (‘negociar con productos de estraperlo’).
En 1935, en medio de la Segunda República Española, que tenía reglamentado el expedir permisos especiales para los juegos de azar, tuvo lugar un escándalo que dio al traste con el Gobierno, pues, de cuestión meramente judicial, pasó a convertirse en un problema político de España.
Sucedió que unos “negociantes” judíos holandeses, o mejor dicho, neerlandeses —tenían más de farsantes que de otra cosa—, querían poner en marcha en España un tipo de ruleta eléctrica para apuestas que les daría pingües ganancias, pues, además de la precisión que podría tener el artefacto para juegos, estaba bien preparado para hacer trucos, pero a los “negociantes” no les llegaba la autorización para instalar la mencionada ruleta, lo cual los tenía en estado de desesperación.
El aparato en cuestión surgió entonces con la grafía straperlo, acrónimo formado por las primeras letras de los apellidos de los citados “negociantes” judíos. Uno de ellos era David Strauss, quien había tenido igual negocio en el sur de Francia, y salió expulsado de los Países Bajos —con el mismo aparato—, por burlar los requisitos gubernamentales para juegos de azar. Del segundo socio no está claro su origen, pues unos dicen que era italiano de apellido Perlo; otros, que era centroeuropeo —quizás húngaro— apellidado Perle; una tercera versión asegura que también era neerlandés, como el primero, y que su apellido era Perel. Hay quien expresa que estos dos hombres eran los únicos en el negocio, y de ahí que, de Strauss y de Perlo, había salido el nombre straperlo.
Sin embargo, existe otra opinión al respecto, pues también se asegura que eran tres, todos judíos neerlandeses: Strauss, Perel y la tercera persona era una “dama” de apellido Lowmann, quien sería la mujer del primero. Según esta versión, ellos habían denominado a su ruleta straperlo del acrónimo siguiente: stra, de Strauss; per, de Perel; y lo, de Lowmann. Esta versión es la que parece más cercana a lo cierto. También se dice que su participación en el negocio estaba íntimamente relacionada con el número de letras de los respectivos apellidos que habían sido tomados para formar el acrónimo straperlo, a saber: cuatro de Strauss, tres de Perel y dos de Lowmann.
El caso fue, tal expresé antes, que David Strauss estaba verdaderamente desesperado porque no le llegaba el permiso gubernamental para poner en práctica el “negocito”, y entonces se puso a buscar la amistad de personas allegadas a miembros del Gobierno de Madrid, y así contactó con un sobrino del dirigente del Partido Radical y ministro Alejandro Lerroux, quien era, realmente, el hombre fuerte del Consejo de Gobierno, aunque no ocupara su Presidencia —sí la había ocupado antes—. De igual manera, Strauss también trabó amistad con dirigentes de provincias con la misma intención. De tal modo, así logró poner a funcionar sus ruletas en algunas ciudades, como Sitges (en Cataluña), San Sebastián (en el País Vasco) y Palma de Mallorca (en la mayor de las Islas Baleares), todas ellas importantes centros de turismo; pero, finalmente, la policía intervino en el caso y clausuró estos lugares de juego.
Mas, el inefable Strauss llegó tan lejos como hasta el caso de quejarse ante el Presidente de la República, y el escándalo fue tan sonado que Alejandro Lerroux —inocente de los negocios del sobrino— se vio precisado no solamente a abandonar el Gobierno, sino también la jefatura de su partido, y este incidente reforzaría las simpatías crecientes —ante los desmanes de todo tipo del gobierno derechista republicano del período 1933-1936— por los partidos de izquierdas, los cuales, unidos en el Frente Popular, ganarían las elecciones de febrero de 1936.
De entonces acá, el nombre de aquella ruleta fraudulenta, straperlo, ha pasado a tener otros significados que le otorgó en su momento el lenguaje popular del pueblo español, como los antes dichos, y entonces la Real Academia Española incluyó la voz en su Diccionario con la grafía estraperlo.



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