sábado, 10 de noviembre de 2012

LA AVENTURA DE VIVIR




Es legítimo parafrasear el título de la obra de Zola para abordar la vida y azares de una temática literaria que el transcurso de los años y la ardiente defensa de sus seguidores han elevado a la categoría de género, de tal suerte, que al citar cualquiera de las novelas clasificadas dentro de él nos referimos al género de aventuras.

Su génesis se sitúa en la aparición del folletín, allá por el siglo xix, en la llamada también novela por entregas y con el objetivo de crear una literatura popular para los más pobres, quienes habían sido alfabetizados y solo tenían acceso a los periódicos fundamentalmente, de modo que se incluían estos textos como capítulos breves en la franja de abajo o en cuadernillos o folletos. Usaban el recurso de terminar en un pasaje de suspenso, que atrapara al lector y lo hiciera buscar el próximo número para seguir leyendo. Con el tiempo muchas de ellas se publicaron en forma de libros y han llegado hasta nuestros días. Luego surgirían revistas especializadas en la publicación de estas novelas por entregas.

Acudiendo a ese inestimable recurso que es Wikipedia, cito:
”Si bien los periódicos La Presse y Siècle son los primeros que hacen estas publicaciones, la idea viene de más lejos. Cuando durante el Consulado y el Primer Imperio los periódicos eran muy reducidos en razón de la censura, comienzan a publicar un suplemento literario. Finalmente, surgen revistas especializadas en la literatura por entregas, como la Revue des deux mondes Revue de Paris, en las que publicaron autores tan prestigiosos como Balzac.

La Presse publicó entre 1837 y 1847 las novelas de Balzac a razón de una por año, así como obras de Eugenio Sue. El Siècle publicó las de Alejandro Dumas, entre las que por su popularidad se destacan Los tres mosqueteros. Y Le Journal des Débats hizo lo propio con Los misterios de París, de Eugène Sue. El judío errante, del mismo autor fue publicada por el Constitutionnel, y El Mensajero también publicó en Rusia numerosos e importantes folletines.
Uno de los iniciadores del subgénero es Eugène Sue (1804–1857), con las novelas Los misterios de París o El judío errante, así como Ponson du Terrail o Paul Féval (Enrique de Lagardere). Pero es Alejandro Dumas (1802–1870) quien representa el máximo esplendor del folletín, con Los tres mosqueterosEl Vizconde de Bragelonne o El conde de Montecristo, entre otras muchas obras muy reimpresas y justamente celebradas, no siempre debidas a su pluma, sino a la de sus colaboradores. Otros autores más famosos recurrieron a este género, como Víctor Hugo, que publicó de esta forma su novela Los miserables; Honoré Balzac, todo un profesional del folletín, quien publicó de esta manera su Comedia humana; y Gustave Flaubert, su Madame Bovary en La revue de Paris desde octubre de 1856.

En el Reino Unido, destacan Robert Louis Stevenson, publicando en 17 entregas en el periódico Young Folks su novela Flecha negra (The Black Arrow), luego reunidas en volumen en 1888; igualmente, Charles Dickens y William Wilkie Collins publicaron de esta forma muchas de sus novelas.

El folletín, llamado en italiano romanzo d'appendice, fue la forma en que Emilio Salgari publicó sus novelas sobre el príncipe malayo Sandokán o Carlo Collodi Le avventure di Pinocchio.
En Rusia fueron folletines Crimen y castigo (Преступление и наказание) y Los hermanos Karamázov (Брать Карамазовы), publicados en El Mensajero por Fedor Dostoievski; lo mismo cabe decir de Guerra y paz (Война и мир), siempre en El Mensajero, por León Tolstoy.

En España, Benito Pérez Galdós…” y otros importantes autores”.



Exceptuando las obras excepcionales que se publicaron como folletines y que acabo de citar pero que no entran en el denominado “género de aventuras”, muchos consideran a esas novelas como novelas menores, pero lo cierto es que las obras, más allá de su valor literario, han trascendido el tiempo y siguen siendo leídas por lectores adolescentes, jóvenes y otros no tan jóvenes. Cabe preguntarse entonces, ¿cuál misterio encierra la estructura lineal sobre la cual fueron y son escritas esas obras, el atractivo de sus personajes y el interés que despiertan esos argumentos, la mayoría pertenecientes a sociedades o ambientes ajenos al lector? A esta interrogante múltiple puede responderse con infinidad de respuestas y todavía faltarían algunas por enunciar.
Si recorremos las historias narradas nos damos cuenta de que el argumento, en esencia, responde a la representación de una situación determinada en la cual, como efecto de un acto de injusticia o maldad, un personaje o un grupo de ellos se ve obligado a realizar actos heroicos para vencer al mal, objetivo que se logra inevitablemente con el desenlace. Esto quiere decir que tratan, más que cualquier otra obra literaria de la lucha entre el bien y el mal (o la justicia contra la injusticia), eterno leit motiv del ser humano durante su existencia.
No debemos olvidar que en el siglo xix nace y florece el Romanticismo, no solo como un movimiento literario sino también como una actitud ante la vida y abarcó las otras manifestaciones del arte. En líneas generales, corresponden al Romanticismo la mayoría de las características de la novela de aventuras de tal modo que, aún en nuestro siglo, las obras actuales mantienen la línea argumental y otras condicionantes románticas: el héroe invencible, la lucha y el triunfo del bien sobre el mal, exotismo en lugares y ambientes, obstáculos para que se realice el amor de los protagonistas, el ideal patriótico, la religiosidad o misticismo, además del inevitable misterio. El sufrimiento como un elemento purificador del o de los protagonistas deviene un instrumento casi divino para merecer al final el alcance de sus nobles objetivos.
Soy una apasionada de la novela de aventuras, de ese folletín tan llevado y traído por tantos “críticos” literarios e intelectuales de alto vuelo y ocupados solo con temas trascendentales y filosóficos.
Soy fiel cómplice de Los tres mosqueteros, El corsario negro y Sandokan; me convierto en Scaramouche  y doy un Viaje al centro de la Tierra o recorro Veinte mil leguas de viaje submarino para conocer a Las hijas de los faraones. Comparto los ciervos ilegalmente cazados en los bosques de Sherwood por Robin Hood con La flecha Negra, El prisionero de Zenda, El hombre de la máscara de hierro o Ivanhoe, según sea el caso. Y por si acaso jamás olvido dejar, indeleble, La marca del Zorro. Es suficiente para habitar en La isla misteriosa de la fantasía y la imaginación que me acompaña, cual La Isla del Tesoro, cuyo secreto guardamos arropado en el mapa del corazón.



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