lunes, 17 de septiembre de 2012

NOCHE CUARTA (La noche en el bolsillo)

Noche de Luna (Kandinsky)


¿Qué hora será? Ya hace rato que todo está en silencio. Hoy es viernes. Ayer tampoco me atreví a salir, pero me muero de las ganas de ir hasta allá para ver si lo encuentro. Voy a arriesgarme. Bajo de la cama sin hacer ruido. Camino en puntillas y abro la puerta con cuidado. Suena un poco. Espero para ver si alguien escucha. Nada. Salgo al pasillo y me deslizo por la escalera como un fantasma. Abajo también está desierto. Voy hasta la escalera de atrás y ahora se oyen unas voces; me pego a una columna. Es la enfermera hablando con la secretaria. Entonces es ella quien está de guardia. Por suerte. Acostumbra a quedarse dentro de la dirección oyendo música y no sale de recorrido. Debe ser por miedo. Camino con cautela rumbo a la caseta. Es una noche clara y despejada. Cuando llego toco la argolla y siento el roce de la rama en mi mano al tiempo que lo oigo preguntar.
—¿Eres tú, Luna?
Me pongo la mano en el pecho porque el corazón me brinca.
—Sí, soy yo es lo único que puedo responder para evitar que se note en mi voz el temblor que me recorre.
Su respuesta me suena algo triste.
—Te extrañé. He venido todas las noches con la esperanza de encontrarte.
«¡Qué mentiroso!», pienso.
—Pero yo vine a la noche siguiente y no estabas —le replico en tono de reproche.
—Solo falté esa noche. Estaba en la enfermería, ingresado.
Ahora hay ansiedad en mi pregunta:
—¿Estuviste enfermo?
—No mucho. Me intoxiqué. Seguro me hizo daño alguna comida.
Hago memoria y se me escapa en alta voz lo que pienso.
—Esa noche yo fui a la enfermería, pero nada más vi a la enfermera.
—Lo sé —responde él—. Yo estaba en la sala de ingresos. Te oí hablar, pero cuando salí ya te habías ido.
«Menos mal», pienso yo, aunque no estoy tan segura. Me hubiera gustado verlo. Pienso que si depende de mi voluntad me va a costar decidir verlo.
—Si me hubieras visto, sería una trampa. Ese no fue el trato. Además, yo sí no sabía que eras tú.
—Eso me consoló. Tengo deseos de verte, Luna.
Me estremezco. No puedo dejar que me convenza. Acuérdate, me dice la conciencia, puede ser mentira y solo estar jugando con la chiquita difícil para divertirse después.
—Estuve de acuerdo en encontrarnos para hablar, no para vernos. Si no es así, no podré venir más. Un trato es un trato.
Después de decirle esto él calla y me da miedo de que no venga más, que se aburra de estos encuentros porque le parezcan tontos.

No puedo decir ni hacer algo que la haga desistir de estos encuentros. Al menos así podemos hablar. Todo es cuestión de tiempo. Tiene miedo, aunque no sé a qué. ¿A enamorarse? Pero me anima pensar que quiera venir aquí.
—No te preocupes, solo digo cuál es mi deseo. No quiero tener secretos contigo.

Ahora quisiera preguntarle entonces por qué viene, si le atrae algo de mí. Pero soy tonta de remate. A los varones una le gusta por lo que ven y él no me ha visto. Debe ser curiosidad lo que siente. Eso sí se lo puedo preguntar.
—¿Es por curiosidad que sigues viniendo?
—¿Curiosidad? No entiendo. Vengo porque me siento bien hablando contigo y… porque me gusta oír tu voz.
—¿Oír mi voz? ¿Acaso tengo voz de locutora? —pregunto, irónica.
Él me desarma.
—Voz de ángel. Nunca escuché ninguno, pero tienes la voz más dulce que haya oído.
No sé qué responder. Es peligroso el rumbo de la conversación, así que cambio el tema.
—La semana que viene empiezan los exámenes. No podremos venir.

Sabía que era de las que se pasan todo el tiempo estudiando. Los exámenes duran como quince días. ¿No podré verla en tanto tiempo? Se lo pregunto.
—A lo mejor al final de semana. Es que yo le repaso Historia y Literatura a un compañero mío.
¡Qué suerte! Ojalá fuera yo. Me acuerdo del día de la enfermería.
—Supe que tienes problemas para dormir. ¿Estás preocupada por algo?
—No —responde ella—. Siempre he sido así. Dice mi mamá que cuando era recién nacida estaba despierta hasta la madrugada, y dormía poco también por el día.
—Entonces, ¿por qué fuiste esa noche a la enfermería? —le pregunto.
—Por Es…,  por mi amiga. Dice que duermo muy poco.
—¿Sabes? Estas noches que he venido y no te he podido ver me di cuenta de que no tenemos forma de hacernos llegar algún mensaje. ¿No se te ocurre algo? Una manera de avisarnos si necesitamos vernos, si surge un imprevisto, ¿no crees?

De nuevo estoy a punto de caer en una trampa. No puedo dar pie a que sepa quién soy. Por ahora, al menos. ¡Oh! Yo misma me sorprendo. Pensé “por ahora”, o sea, que ya estoy pensando que después pueda ser distinto. Estoy en un lío.
—No se me ocurre. De repente no veo la manera de enviarnos mensajes sin saber quiénes somos. Es difícil, pero mejor nos quedamos con la posibilidad de vernos aquí. Nada más.
—Eres terca. Está bien, voy a respetar el trato. ¿Tú bailas?
Me sorprende otra vez. ¿Por qué querrá saberlo?
—Un poco —le contesto—. Aunque no me gusta todo tipo de música.
—Eso pensé —me dice él—. Me gustaría poder bailar alguna vez contigo.
—¿En la escuela?
—En cualquier lugar. Mi deseo no tiene que ver con la escuela. Tiene que ver contigo.

Lo que no le confieso es mi deseo de tenerla cerca y poder respirar ese olor que tiene a flor mojada por la lluvia, pero se espantaría si se lo dijera. Me tiene miedo. ¿Por qué? ¿Mi voz sonará tan mal, tan terrible?
—¿Sabes algo? —pregunta, como si me leyera el pensamiento—. Me gusta oírte reír y hoy no has reído ni una sola vez. ¿Por qué?
Entonces me río de su pregunta, sin llegar a contestarla.

Es cierto, muy cierto. Me gusta oírlo reír, las cosas que dice, su voz… ¿Será eso enamorarse? Y no poder hablar con Estela de él es terrible, pero si se lo cuento ahora se va a poner furiosa, y con razón. Nunca hemos tenido secretos. Le voy a preguntar a él.

—¿Te has enamorado alguna vez?
Lo cogí por sorpresa. Se demora en responder.
—Me doy cuenta de que me han gustado algunas chi… muchachas, pero creo que no me he enamorado. No antes. Entiendo que estar enamorado es necesitar ver a una persona, extrañarla, sentir inquietud y paz a la vez.
No sé qué decir. Es lo que yo pienso también. ¿Por qué lo sabe? Debe ser porque lo ha sentido. ¿Qué quiso decir con “no antes”, que ahora sí lo siente? Esto es peligroso. Tengo que irme.
Las últimas palabras las digo en voz alta y me pongo de pie. Oigo cómo él se levanta.
—¿Tan rápido? —pregunta con ansiedad.
—No nos damos cuenta, pero hace mucho que estamos aquí. Recuerda que si nos sorprenden es un gran problema.
—Está bien. Mañana nos vamos de pase. En todo el fin de semana no nos hablaremos. Si quieres, te doy mi teléfono.
Si te llamo y tienes identificador de llamadas sabrás el número mío, así que ese lujo no me lo puedo dar.
Se ríe con deseos. Debe pensar que soy una tarada.
—No lo tengo, te doy mi palabra, pero si desconfías, llama de un teléfono público.
—Déjame aclararte algo. Aunque no me has visto aún, no estoy gorda  ni necesito hacer ejercicios. Aquí hago bastante. No me pidas que te llame desde un teléfono público.
Se extraña,  porque no me entiende.
—Ni te imaginas cuánto tendría que caminar para encontrar un teléfono público que funcione.
—Si no me vas a llamar, entonces prométeme venir aquí el lunes —la voz se nota ansiosa otra vez—. Me has dicho que esa semana no vas a venir, por las pruebas. ¿Lo prometes?

No quiero darle seguridad. Tampoco la tengo. Venir aquí depende de muchas cosas. Hasta de si puedo escaparme sin ser vista. Se lo explico, pero claro que no me entiende. Logra arrancarme la promesa. Nos despedimos y yo me voy primero. Es increíble cómo me he acostumbrado que ni siquiera me da la idea de mirar atrás. Llego al dormitorio y, cuando voy a acostarme, veo una sombra al lado de mi cama. La sombra es Estela. No veo su cara, pero la adivino. Me pregunta muy seria de dónde vengo y yo susurro, para no despertar a las demás, que le cuento mañana. “Entonces, mañana”, dice, y va para su cama.
Ahora sí se me quitó el sueño. ¿Qué le cuento mañana a Estela, sin traicionarla? Me avergüenzo de mí. Pero, qué digo, si ya la traicioné desde que no le conté de mis escapadas, ni acerca de Merlín… ¿Por qué he sido tan boba, mi madre? A mí nada más se me podía ocurrir ocultárselo a ella.

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