miércoles, 6 de junio de 2012

PERUSO: ¿CRECER O NO CRECER?



Después que Peruso deja a un lado su carrera de actor se reanudan las salidas nocturnas. Ahora van a sentarse a la cancha de baloncesto de la secundaria y en eso viene Lazarito con una de sus caras serias, igual a la que pone cuando llega al cine y ve en la taquilla el letrero “Todas las entradas vendidas”.
¿Qué le pasa ahora? Lo mismo. No se le han quitado las ganas de tener un perro en la casa. “¡Y dale con el perro!”, diría su madre. Peruso, que de todo hace una teoría, razona que las personas cuando crecen, se ponen difíciles. Da lo mismo si es la madre, el padre, los tíos o los vecinos. Nadie entiende los gustos de uno.
—Ahora estoy pensando –dice Raulín– que, a lo mejor, nosotros crecemos y después somos como ellos.
—Eso sería malísimo—opina Diana.
—Entonces hay que buscar la forma de no crecer—termina por decir Peruso—. A partir de mañana  empezamos.
Primero revisan en la biblioteca. En un libro encuentran un dato curioso: los chinos acostumbraban poner a las niñas unos zapatos de madera ajustados para que, aunque fueran creciendo, el pie no les aumentara de tamaño. Así podían lucir un pie pequeño cuando fueran mayores. Eso también pudiera hacerse con el cuerpo, piensan. Peruso se propone para hacer la prueba.
—Vamos a buscar un carpintero que fabrique una caja de madera para encerrarme.
Dianamari estuvo en contra, “eso va a ser una tortura”, dice.
—Tortura va a ser cuando el día de mañana Peruso se parezca a la madre de Lazarito y no entienda que su hijo quiere tener un perro, aunque sea prestado.
Salen a buscar un carpintero, sin pensar dónde pondrán la caja, ni cómo se las arreglará Peruso para no estar en su casa sin ir a la escuela. Hablando por el camino acuerdan esperar las vacaciones. Faltan solo dos semanas. Leonel está celoso.
—Ahora Peruso va ser famoso. Como Drácula, el vampiro que dormía en una caja, o como las momias esas de las películas.
Se las arreglan y, cuando llega el momento, Peruso prepara un viaje para casa de su tía en Limonar, se va para el garaje del padre de Raulín y allí lo ayudan a entrar en la caja. En la tapa abren huequitos para que respire.
Como no se puede abrir la tapa, únicamente puede tomar líquidos con un absorbente. Esto es bastante difícil, porque los muchachos tienen que traerle jugos, batidos, yogur, leche y refrescos.
A la semana se forma tremendo alboroto. La tía de Limonar vino a hacerle la visita a la mamá de Peruso. Esto sí es tremendo, cuando la madre empieza a preguntar por su hijo y la otra a responder que no sabe dónde está, que a su casa no ha ido. Enseguida llaman a la policía. Viene un patrullero y también los criminalistas. Después traen los perros para seguir el rastro.
Dianamari está de lo más nerviosa. Milagros, la más chismosa del edificio anda contando historias por el mercado.
—Dicen que fue un secuestro. Piensan que sea una banda de ladrones.
¡Figúrense! Como a ese niño lo dejan andar solo por ahí... a saber si lo encuentran con vida —y termina diciendo—; la verdad que él es de lo más raro.
Los muchachos van a hablar con Peruso.
—Peru, tienes que salir de la caja, se ha formado un enredo grandísimo— se atreve a decir Osvaldo.
Le cuentan todo, porque al principio pensaron que las cosas se arreglarían sin tener que descubrirse. Susto es el que pasan después. Peruso no sale de la caja. ¡Ha engordado allí encerrado! Tienen que buscar al carpintero y pedirle que guarde el secreto.
A Peruso le parece que el serrucho pasa por encima de él en vez de cortar la madera.
Al fin consigue salir y va para su casa, seguido por el grupo. La abuela de Peruso, que está en la casa también, se desmaya. La tía decide quedarse dos o tres días más. 
Peruso inventa otro cuento, porque dentro de la caja ha podido pensar.





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