lunes, 21 de mayo de 2012

PAPIRUSA




En el arroyo que pasa cerca de Cueva Chiquita vive una jicotea que es igual a las demás, pero también es distinta. Tiene el carapacho en colores; un pedazo azul, otro verde, este amarillo, aquel morado y, cuando camina, parece un arco iris echado a rodar por esos mundos.
Resulta que una madrugada de luna llena se le ocurrió a Papirusa pasear mientras las matas de pomarrosa conversaban de cuanto habían visto durante el día.
Cantaba Papirusa con música de agua fresca y miraba hacia arriba. Contemplaba la rueda rueda de las estrellas. ¡Qué dispareja! Por aquí están amontonadas y por allá se alejan y se alejan, como si no quisieran  seguir jugando.
La luna entera, las estrellas caprichosas y su propio canto, entretuvieron tanto a Papirusa que no vio al Cangrejo Malas Muelas echado al lado de una piedra y le pisó una pata.
—¡Jicotea tonta! Me has lastimado mi pobre pata. ¡Tonta y retonta! Parece que no miras por donde vas.
—Disculpe, está la noche tan bonita que me entretuve y...
—¡Ah! Lo que yo digo. Por esas boberías me has pisoteado.
Así enfurecido le lanzó una tormenta de agua y tierra a la jicotea, le dio con sus dos muelas en el carapacho y se fue corriendo hacia atrás, protestando sin parar e insultando a todos por el camino.
—¡No tiene seso! ¡No tiene seso!—gritaba sin parar.
Ella se puso triste y fue a dormir. Por la mañana, cuando nadaba, sintió frío. El sol le preguntó:
—Papirusa, ¿dónde está el pedazo anaranjado de tu carapacho?
La jicotea se asustó al ver que era verdad y se sintió muy desgraciada. Hasta agua le entraba por su caparazón.
Salió a la orilla para tumbarse al sol. Enseguida todos sus amigos quisieron saber quién le había quitado uno de sus colores. ¡El Cangrejo Malas Muelas! Él había arrancado el pedazo al carapacho de la jicotea. Pero como los habitantes de Cueva Chiquita son de pocas palabras y mucha acción, trataron de hacerle un color a Papirusa.
Los caracoles fueron los primeros en brindarse, pero cuando la jicotea se viraba en la tierra, se rompían. Probaron las hojas de yagruma, lagartijas, los camaroncitos rojos de la cueva. Todo fue inútil.
La lluvia vino a saludarlos y al saber lo ocurrido fue en busca de ayuda. Al poco rato se dibujó un arco iris desde el cielo hasta el arroyo de Cueva Chiquita y en medio de la alegría de todos, un rayo de luz anaranjado envolvió a los árboles, a la tierra y a todos los demás habitantes del lugar. Cuando los siete colores se perdieron entre las nubes, todos pudieron ver cómo en el carapacho de Papirusa había ahora un color naranja de lluvia.
A Malas Muelas lo desterraron para siempre de Cueva Chiquita porque allí no quieren a la gente inútil, de mal corazón y que no contemple las noches estrelladas.
La jicotea es feliz porque completó su carapacho. Descansando junto al agua, parece Papirusa un abanico de colores donde cada uno está muy pegadito al otro, cuidándolo del frío y del viento fuerte como hacen los buenos amigos.



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