martes, 10 de abril de 2012

LA NIÑA QUE SALIO A BUSCAR UN CUENTO: LA TORMENTA

Abre los ojos despacio. Por los cristales asoma la claridad de la mañana. Se acuerda del anuncio de la tormenta de árboles y salta de la cama, extrañada ante tanta tranquilidad. Las tormentas se anuncian con vientos y remolinos, rayos, truenos, lluvia... dentro de la casa se siente como si mil perros furiosos gruñeran junto a las ventanas. Esta tormenta es diferente, porque no hay ruidos.
¿Habrá tormentas mudas? Se asoma un poco temerosa.
 Afuera parece que el mundo se ha vuelto verde, porque hay árboles en todos los lugares. Crecen en los jardines, en las aceras, a lo largo de las calles, en techos y balcones. Para no perder tiempo sale por la ventana.
Los muchachos corren entre los troncos jugando a la gallina ciega. Nadie tiene prisa. Mujeres y hombres regresan del mercado con sus bolsas de viandas y conversan tranquilamente a la sombra de cualquier rama.
Hojaverde, el guardabosque, dice a quien quiera escucharlo (que son muchos) la época de floración de la majagua y el mango, que la corteza del eucalipto sirve para curar la gripe y una tisana de guayaba quita el salpullido a los niños.
En eso llega Cálculo Pérez, con su portafolio y una bandada de ayudantes. Calculadora en mano empezó a sacar cuentas y las dictaba a su secretaria. Doscientos, trescientos, cuarenta mil metros cúbicos de cedro, cincuenta mil de caoba y, ¿cuántos decíamos de ácana? Eso, veinte mil. Ahora las frutas. Pueden hacerse cien toneladas de pulpa de mamey, ochocientas de guayaba, ¿ o eran de naranja? ¡Pero si son millones de pesos! Esto exclamó Cálculo Pérez y ríe con su sonrisa de números enteros.
La niña piensa que ese deseo de poseer cosas y calcular las ventajas y el dinero debe ser una enfermedad contra la cual no existen vacunas.
Se dan cuenta entonces que cada vez, al dictar una cifra Cálculo Pérez a su secretaria, los árboles condenados se van secando.
Pronto no queda un solo árbol verde y las hojas secas vuelan al infinito, mientras los troncos y ramas se deshacen y dispersan en forma de polvo.
Los niños vuelven aburridos a sus casas y las personas mayores corren a las oficinas. Otra vez las calles se inundan con los ruidos. Cálculo Pérez se va furioso. Ha invertido tres horas, quince minutos y cinco segundos de su tiempo en algo inútil.
La niña mira alrededor. Quedan los pocos árboles de siempre. Escondido en un alero se ha salvado de la tormenta un almácigo pequeño. Ojalá no llegue otra vez Cálculo Pérez. Es una tormenta demasiado peligrosa. 

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